martes, 9 de abril de 2019

Rabia!! o casi...

Hace unos días en una sobremesa salió el tema de los perritos y era más en un sentido dramático que en un sentido visceral, la charla estuvo encaminada a ataques de perros incluidas corretizas, mordidas y arañazos de gatos etc. inevitablemente reviví dos pasajes en mi infancia que encajaban perfecto en el tópico de la tarde…
Tendría escasos seis años, mi madre me llevó un poco a fuerza a visitar a la comadre Martina, un martes de diciembre, era una tarde algo fría, con ganas de no salir y en el pueblo las distancias son relativas y esa edad se me hacía eterno el camino hasta nuestro destino, para que iba Ceci?, ni idea, el punto es que llegamos, en cuestión de minutos mi madre se desconectó del mundo y se dejó arrastrar a los senderos de un buen chisme de comadres, comadres que se ven poco pero que cuando sucede hablan un chingo y por horas. Que hacer en esos casos? básicamente nada, escuchar y callar que fue lo que siempre me dijo mi mamá o me lo gritó no estoy muy seguro, afortunadamente para mi aburrimiento los hijos de la comadre dejaron de ver Don Gato en la tele porque iniciaba ese bonito programa que se llamaba “partidos políticos” lo que les obligo a hacerme caso e invitarme a jugar; salimos al patio, que jugamos? ni idea sólo recuerdo implicaba correr y gritar y también que ellos tenían un enorme perro San Bernardo de cual olvidé su nombre, era algo viejo y transmitía mucha pasividad, aún con esa estampa me mantenía alerta y con reserva de no acercarme, cautela que me duro poco en cuanto comenzamos a destramparnos con las correteadas de un lado para otro, el perrito se me escapó de radar y dos tres minutos después al pasar por su lado se levanto de su letargo y me pegó un taráscazo en la nalga izquierda que me dejó helado de pánico y me puso a llorar de inmediato, cómo habrán sido mis berridos que las comadres dejaron el chisme, salieron en chinga, doña Martina le dio un patín al pobre animal y les ordenó sus hijos me trajeran un bolillo para el susto, mi madre a preguntar que chingados le había hecho al animal, lo bueno que los morros tiraron paro, le dijeron que nada y el incidente sirvió para viera la hora y se diera cuenta que ya había pasado tiempo, mucho y seguro estoy que le preocupaba más que diría su viejo el profe que la mordida que acababa de propinar el San Bernardo, mi temor inmediato después del mordisco era que me pegara la rabia temor que mi mamá y la comadre disiparon al decir que el San Bernardo era de confianza y que cualquier pedo pues ahí estaba… me tuve que conformar, pero años después eso no pudo ser, en realidad mi temor no era tanto la rabia sino las vacunas, sé que debiera ser al revés pero a quien le alegra que lo primero que te dicen en cuanto te muerde un perro es que las vacunas son inyecciones directas al ombligo, el sólo hecho de pensarlo provocaba un puto miedo y desesperación acompañada de un escalofrío, hasta que alguien interrumpía para decir que no!! que ya no era así que ahora iban directo en la espalada, no pues que alivio!! El escalofrío sólo se hacía más largo hasta la punta de las greñas.
Esa vez me salve, pero años más tarde mientras rodaba en la bici haciendo un mandado o llevando un recado el tío Pedro, no recuerdo bien pero yo creo que eran ambas cosas, un perro color mostaza enano y bien pinche escandaloso me pego una corretiza al pasar por una calle, siempre fui muy hábil con la bici hasta esa tarde que me encontré en mi camino unas piedras que me obligaron a mal maniobrar, oportunidad que este animalito aprovecho y me asestó una mordidota, otra vez en la nalga izquierda!! que tendran mis nalguitas que causan sensación. el perro cabrón hizo su gracia y se esfumó, no lo olvido ni el momento ni su figura, pasado el susto lo primero que pensé fue… LA RABIA!! Las putas vacunas para la RABIA!! Y si, no hubo de otra nada más al contarles a mis padres que el recado no llegó y que aparte me mordió un perro me mandaron al centro de salud del pueblo, ahí me recibieron muy amables me escucharon y con toda la paciencia y malicia del mundo me mandaron a indagar a la calle de los hechos sobre el perro, a preguntar de quien era y que si lo encontraba diera parte para que ellos lo mantuvieran amarrado tres días bajo vigilancia y si al cabo del plazo el can no echaba espuma por la boca… pues me salvaba de los putazos en el ombligo o donde fueran. Como mi suerte no ha sido muy buena que digamos, ya ven que soy uno en un millón , pues no encontré ni señas del perro, de nadie era, nadie lo reconoció ni lo había visto nunca jamás. Al regresar con estas noticias al centro de salud, no quedó remedio que iniciar el proceso de vacunación; doce inyecciones, una diaria, lo único relativamente bueno era que se aplicaban en el hombro, esos tiempos de cavernícolas poniéndolas en el ombligo habían quedado atrás. 
Insistiré con lo de mi mala suerte porque en la última inyección del tratamiento justo de regreso a casa, con el dolor de los piquetes en los hombros, vi al pasar por la calle de los hechos relatados a este canino en cuestión, iba muy campante, muy relajado y juro, juro que se burló de mi con su pinche modito de andar el hijo de la chingada!!

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