miércoles, 3 de abril de 2019

Me Gané la Lotería

Había planeado o por lo menos pensado en este relato desde que tengo conciencia, creo, hay muchos detalles que dejaré para mis propios demonios, otros tantos se tergiversaran por el simple hecho de que ya paso algo de tiempo y no tengo tan buena retención.
Fui víctima de una extraña y rara enfermedad a los tres años, comenzó con unas calenturas de treinta y nueve/cuarenta grados —odio esta palabra, al menos me causa una doble impresión pero el grueso de mi familia y de los mexicanos así le dice cuando sube la temperatura del cuerpo— estos niveles son peligrosas ya que deben, a huevo llamar la atención de los padres, o de quién te cuide, espero; al menos a mis padres no sólo les llamo la atención sino que les preocupo y les ocupó al menos a mi padre por que mi mamá se tuvo que quedar sosiega; ya que estaba embarazada… muy embarazada de mi hermanita y esta cabrona con un torniquete de tres vueltas de cordón umbilical al cuello. No debió ser fácil ir de médico en médico gastando y obteniendo nada —desde entonces y algún tiempo después de que supieron que enfermedad me atacó, buscaron y busqué respuestas en cuanto médico, charlatán, brujo o quién fuese recomendado— hasta que alguien honesto le sugirió a mi papá que, si contaba con algún tipo de seguridad; pues echara mano de tal servicio ya que no había ningún puto antecedente por ningún lado de que madres me pasaba. Quiso el destino y la suerte que mi madre y yo nos quedáramos en el mismo hospital al mismo tiempo sólo que en alas contrarias, ella pariendo a mi hermanita por un lado y yo, al otro siendo diseccionado porque para entonces había perdido la movilidad en las extremidades inferiores. Después de que a mis tres añitos ya podía caminar, mi piernas se volvieron de trapo y esa incapacidad de movimiento avanzaba sin que hasta ese momento se tuviera una idea clara de que rayos pasaba.
Nació mi compañera, salió mi madre y yo me quedé, dicen que un par de meses; para mí fue una maldita eternidad. Pobre de mi viejo le debo varias pero esta sí que no podría pagarla con nada, lo bueno es que es fuerte, soportar la angustia del parto y las pocas noticias de mi padecimiento… no cualquiera. Ese hospital y yo tenemos historia y cuentas pendientes, quién diría que años después mi padre estaría ahí un largo rato; que lo salvó de milagro o que acogió a mis dos abuelas cuando pasaran unas vacaciones largas en ese lugar —una más que la otra y en distintos tiempos; y circunstancias— incluso años después entrego al sueño eterno a mi abuela Isabel, cuando una madrugada de diciembre se fue.
Polioneuritis, ese resulto ser el nombre de mi padecimiento, lograron detener el avance de la inmovilidad, pararon las altas temperaturas pero hubo consecuencias; yo era una poquebola, los huesos y tendones de mis pies quedaron atrofiados para siempre, condenado a usar aparatos ortopédicos con fierros a la cintura y a las burlas de niños crueles sin piedad que hicieron de mi autoestima un tapete de central camionera en Semana Santa. Al salir de aquel lugar tenia muchas novias y regalos, eran de las enfermeras que me amaban o me tenían mucha lástima no lo sé pero estoy seguro que hicieron de mi estancia en ese lugar un poco más soportable. Me cuentan mi abuelo y mis parientes que mis berridos y llanto se escuchaban a varios pasillos después de despedirse de mí, francamente creo que exageran, incluso llegaron a considerar las visitas por evitar esta terrible escena. Aprendí a caminar de nuevo -bueno medio a caminar- debido a las secuelas, mis pies estaban chuecos como encontrados, mi centro de gravedad se vio afectado y vivía la mayor parte en suelo a consecuencia de los tropezones. Fuimos como ya dije con cuanto personaje nos recomendaran, nada más de recordar tanto ir y venir me deprimo, es sorprendente cuanto dinero gastaros mis viejos en tantos charlatanes, incluso estuvimos en sesiones espiritistas para tratar de encontrar una cura para dejar este lastre, a nadie más que a mi me importaba librarme de todo esto, soñaba con un día despertar y ver mis pies normales sin ninguna deformidad, pero aún me faltaba harto camino por andar.
Estaba tan perdido y errado en lo que padecía en verdad que no tenia ni idea de que diablos era lo que me pasó, esas infructuosas consultas me dieron recetas y remedios estúpidos e inservibles; como usar zapatos especiales, pomadas, caminar de puntitas, y de talones alternando diez minutos y diez minutos alrededor de la mesa del comedor, incluso a andar descalzo o a usar calzado al revés y mil más.
Hasta que un día mi suerte cambió por completito gracias a una buena recomendación, inteligente y sensata porque me condujo a lo que sería el mayor y duro golpe a mi padecimiento, esa señal me llevó al Hospital Shriners, recuerdo que llegue a mi primer cita con toda la ilusión y deseo de que me ayudaran, ese día mi madre me despertó de madrugada me alisté y salimos estando oscuro aún, sería una larga travesía por la ciudad que incluyó camiones, metro, combi y un taxi por que nos perdimos por los rumbos de Coyoacán, llegué por mi propios pies —chuecos pero servían, con tropiezos pero no me cargaban cómo a muchos otros que tenían el mismo destino y que me encontré en el acceso del hospital— ese día conocí a dos demonios horribles tan distintos e iguales, el primero me hizo ver por primera vez de manera cruda la realidad de muchos niños y jóvenes que hacían de mi enfermedad una simple gripe, conocí de frente las consecuencias del fuego en la piel de muchos pequeños, vi dos niñas unidas por la abdomen, compartiendo el hígado y el riñón, vi el esfuerzo y trabajo que le costaba a un señor el cargar a un joven sin piernas que venían desde el culo de mundo buscando ayuda, por primera vez me sentí afortunado, ese día entendí que siempre habrá alguien que sufre más que uno, y que tu desgracia es tan egoísta frente a la de los demás, por un momento me vi curado. De repente y sin darme cuenta me estaban llamando para presentarme a mi segundo demonio, no sólo me dijeron como se llama sino que ¡no tiene maldita cura! porque ya la había recibido, lo que yo buscaba en realidad —sólo que sin saber— era una reconstrucción estética o por lo menos algo que me sacara de los suelos y librara a mis rodillas de tanto madrazo, ese maldito demonio se llama Síndrome de Guillan-Barre, es un problema de salud grave que ocurre cuando el sistema de defensa del cuerpo ataca parte del sistema nervioso por error, es decir que mi cuerpo se estaba auto destruyendo, y lo mas cabrón que me dio hasta miedo y coraje a la vez, fue enterarme que no es algo común, que ataca a una persona de cada cien mil adultos y que en niños es más raro, le da a uno en un millón, es cómo ganarse el melate de las desgracias creo.
No fue fácil que me aceptarán en el Shriners, esa primera cita es de valoración a muchos los regresan porque les hablan con la verdad cuando no hay nada que hacer, en ese entonces había que librar unos estudios socioeconómicos, investigaciones y muchos tramites. Cuando por fin logré ser paciente me quedaban algunos años antes de cumplir los dieciocho que es el limite de edad que permite el hospital, pensé que sería suficiente para lograr una mejoría notoria, la realidad es que me intervinieron quirúrgicamente dos veces, en tiempos distintos primero un pie y luego el otro, al final el resultado me dio una mejor condición, los cirujanos cortaron tendones limaron huesos y otras cosas más para reducir lo chueco de mis pies, desde entonces me caigo mucho menos, lo importante es que tenia la promesa de que sería intervenido un par de veces más para dar el gran paso, y dejar mis pies muy coquetos, el pedo es que ese día nunca llegó el jefe de cirugía del Hospital Shriners, valoró mi caso y me dijo con toda la sinceridad que se le puede hablar a un niño, —Hoy caminas y te vales por ti mismo, yo te puedo operar y dejar tus pies muy bonitos, pero no te garantizo que puedas caminar al cien, si fueras niña entendería que deseas unos tacones hermosos, pero eres hombre y los hombres somos feos, entonces ¿que quieres? ¿El noventa por ciento de algo o el cien por ciento de nada?, o sea ¿qué prefieres? ¿unos pies de concurso pero sin poderlos usar? o ¿quedarte como estas y andar por ti mismo? —
No hay mucho que adivinar opté por quedarme cómo estaba, me sentí bien y me sigo sintiendo bien con esa decisión, no ha sido fácil la gente aún me ve caminar y no me quita la vista de los pies, mis calzado se hace horrible pues adopta la figura de mis huesos deformes, uso sólo tennis, otro tipo de zapato me hace la vida imposible, neta que la sufrí chido me hicieron miles de radiografías, si pudiera sumar las horas que pasé frente a las máquinas de rayos-X seguro sería un numero importante, no hay mucho por hacer ya, en realidad un día me acepté como era y deje de hacer intentos realmente estúpidos por ocultar mis deformidades, aunque no pueda estar mucho tiempo de pie o correr he sabido librarla de la mejor manera, no hay que ser el mejor sicólogo para escudriñar y conjeturar que mi autoestima casi se extingue; me gané mil apodos y burlas realmente me hicieron ver mi suerte en los primeros años escolares, —Recuerdo los días de estar internado, había muchos niños esperando cirugía yo hacia todo solo, bañarme, comer etc. Y la gran mayoría no, así que en cierto modo también del otro lado sentí algo de rechazo— me sobrepuse a todo y si me conoces tal vez ni te hayas dado cuenta de todo lo que escrito.

No hay comentarios: