sábado, 21 de enero de 2017

Uno no escoge a sus parientes

Dicen que los primos son los primeros y verdaderos amigos que uno tiene y es verdad yo tuve a los mejores, hubo unos que frecuenté poco, otros a los que les exprimí aventuras y chingo de alegrías y también compartí penas —sobre todo de amor— , unos cuantos más que durante un tiempo hasta vivieron en mi casa.

Por alguna razón antropológica, cultural, tradicional  —es más creo que está en la constitución—  uno siempre se vuelca hacía la familia materna, —excepto la familia de mi hermano, ellos son extranjeros, creo que son de Neza— las navidades se festejan en casa de la abuela materna, si hay pedo se corre a casa de la abuela materna, si hay algo que celebrar, también se jala con la abuela materna, si hay algo que partir pues igual con los abuelos maternos, la frecuencia de visita es mayor en comparación con la parte del padre, y no es cuestión de que sean mejores es una cuestión que desconozco, repito creo que hasta en la constitución viene estipulado. Yo siempre he presumido que me toco la mejor de las suertes con la familia de mi padre, es la gente más neta, más leal y solidaria que conozco, y los primos que ahí encontré me enseñaron el valor de tener una familia, de respetarla y de arremangarse cuando se necesita ayudar hasta par la mínima cosa.

Sin embargo la vida o la constitución o más bien lo atercada que es mi madre, hicieron que me relacionara más con los salvajes de sus sobrinos,y para que eso pasara mis abuelos se encargaron de armar un desmadre chingón y es que sólo echen cuentas; tengo siete tías y dos tíos —unos más que fallecieron de bebés el tío Ramón y las Gemelas, que si no, quién sabe cuantos más— ; en promedio cada uno procreó 3.5 hijos —si así es, y es por eso que tengo unas cuantas primas muy chaparritas— si bien no nacimos todos al mismo tiempo, hay un punto en que la edad de la punzada entra con madre en la generación, y así pasó con nosotros, yo me acomodé muy chingón con los Velázquez, desde el más grandote hasta el más pequeño —cuenta la leyenda que este vato es un guerrero, que cuando llegó a este mundo, en verdad no lo esperaban pero el es un semi Dios pues al nacer lo primero que hizo fue entregarle a su mamá el DIU que traía en la mano izquierda y lo hizo en señal de ofrenda y como testimonio de que libraría cualquier obstáculo que se le atravesara—  Y  aunque las Mendoza, las Cruz y las Soto también tienen lo suyo, porque siempre me han procurado hasta la fecha, pues son niñas, lo cavernícola gana y fueron los Velazquez los que me encaminaron y guiaron por hacia un mundo hasta entonces desconocido, para bien o para mal fueron como los hermanos mayores que nunca tuve, seguro estoy que los primeros restos de bebidas alcohólicas que me empiné  —vasos con restos de cubas hechas con Pepsi y brandy Don Pedro, son los años ochenta, es lo que se acostumbraba— fueron de la mano de ellos, mientras jugábamos escondidas, correteadas o lo que chingados se nos viniera en gana, de ellos descubrí que esas botellas de chupe, escondían una canica o una pirinola, y que la obtenías estrellando con fuerza dicho frasco en la banqueta, también fueron ellos los que me demostraron con hechos que los Reyes Magos no existen, cuando el moreno me llevó al ropero de su mamá y expuso el manubrio de un triciclo apache que mis tíos con poca pericia habían sepultado entre sus prendas. Hubo un breve tiempo en que la mayoría de mis primos por no decir que todos coincidimos a la hora de jugar y hacer desmadres y me tocó vivirlo y se que aunque mis primas las Mendoza ya andaban besuqueandose y a dos de fugarse de su casa, aún las pude disfrutar en un zapatito blanco zapatito azul —y aquí me detuve porque mis propias palabras me hicieron perder la calma y las lágrimas me impidieron ver y concentrarme—

También fue de la mano de algún Velázquez o de varios que vi mi primer revista pornográfica, a POLO-POLO lo conocí por el mayor de ellos, mi primer viaje fueras de la ciudad fue con el mediano y es que esta sub raza de primos en sus mejores días fueron una suerte de desmadre incontrolable, por si solos tienen mil aventuras increíbles que van desde lo más dramático hasta lo más hilarante, pasando por corretizas, madrizas a media calle, aventuras amorosas y un sin fin de etcéteras con todos los matices que gusten, — si conocen la serie de TV de los 90’s Malcolm el de en medio, pues son ellos— Recuerdo una muy chingona, la tía Fabi, su madre, los envío a mi casa para que mi papá les diera una suerte de curso de verano, en esas andaban, aprendiendo y repasando las tablas y las operaciones básicas cuando pidieron un descanso y aprovechando el lugar —yo era el primo que vivía en el campo, el pariente rural de pueblo, la casa de mis padres estuvo sola en un terreno muy grande y así duro años antes de que llegara el primer vecino—  corrieron y jugaron por el campo como Heidi sólo que sin montañas ni cabras pero si con una resortera al cuello cada uno, todo iba en juegos y correr pero como ya dije, estos cabrones son unos salvajes y en un segundo después de hacerle "bolita" al moreno entre sus hermanos él tenía el mango de una resortera ensartado en la garganta haciéndole cosquillas por dentro y creo que también le hizo pomada las anginas, lo bueno que mi papá es muy calmado y posee una inteligencia emocional super dotada y pudo controlar la situación salvando a mi primo de morir ahogado con su sangre.

Alguna vez los Bolaños vivieron en casa, al igual el el Badillo mayor, incluso una de las Mendoza también paso tiempo bajo el mandato de mi mamá y sí con los primeros me madree y me pelee también me divertí mucho, me la pasé chido cada uno en su tiempo, con el Badillo mi mamá nos atoró con una revista Play Boy en mano y nos puso parejos, bueno más a el porque es mayor y me andaba sonsacando, el Bolaños mayor y yo nos pusimos unas pedotas y también casi perdemos la cordura por una güera pero no pasó nada, y también nos atoró mi mamá, — no es que hayamos sido muy brutos, más bien mi madre tiene un sexto sentido, un súper poder y contra eso hay poco que hacer—  en el tiempo que todos y cada uno pasaron en mi casa espero que hayan encontrado eso que sea qua anduvieran buscando, gracias por haber enriquecido mis días y mis noches.


Me llevaría una vida hablar de todas las aventuras con ellos, pero muchas me las quedo para mi y mis recuerdos. De esa generación hermosa de mis primos la mayoría ya son padres hay algunos que ya son abuelos, y también tristemente unos ya no están, otros se apartaron a otros nos los apartaron, pero por siempre seremos primos aunque sea en el corazón; al menos en el mío, y si les falta los invito a pasar por ahí, ahí siempre habrá espacio para todos.

Cuando yo me muera, a los tres días se los lleva la chingada...

Despertaba y sabía que estaba en casa pidiendo café caliente, he conocido pocos que lo toman así, o más bien que lo pueden beber hirviendo como él, sus visitas eran casi de madrugada su voz ronca era algo que me encantaba escuchar, tenía buena platica y unas historias increíbles, un señor grande y fuerte, se imponía donde fuera, enojón y peleonero con mi abuela, discutían por todo pero se amaban como nadie. Era de su casa acostumbrado a no dormir fuera de ella, así como llegaba en poco rato se impacientaba y se iba sin tanto drama, su palabra favorita y mía también... la chingada, para todo y para todos sin discriminación. 

Tengo mil frases , tengo mil historias de él, pero hay una en especial que quiero contar, hace algunos años poco más de veinte, por alguna razón que no recuerdo con claridad mi madre y yo estábamos de camino a casa de mis abuelos, en el microbús que nos tocó abordar coincidimos con un tío político, lo recuerdo como un tipo abusivo, enfadoso, ventajoso en pocas palabras un personaje detestable, por más que mi madre lo quería evitar el la abordó con un saludo cordial y una plática tranquila, poco a poco las diferencias entre ambos se hicieron menos controlables, el tipo decía que toda la familia de mi mamá eran unos pendejos, eso me incluía a mi y no me hizo gracia pero lo que terminó por encender a mi Ceci, fue que el muy pocos huevos dijo que mi abuelo era un pendejo, y que se lo comía en un taco, tremendo pedazo de estiércol, él pretendía vender la casa de mi tía su pareja sentimental, con las ganancias comprarse un auto, unas chivas e irse a vivir con ella a no se que cerro para que las pastara mientras él se paseaba, ese fue el tema y la razón por la que aquella noche en medio de aquel incómodo microbús mi mamá a mentadas de madre le hacía ver que no permitiría esa chingadera...
Llegamos, después de un largo e incómodo trayecto, por fin llegamos, nos bajamos y el tipo nunca dejo de repetir que todos éramos unos pendejos y que se comía a mi abuelo y mis tíos en un taco. Hasta ese entonces nunca había visto a mi mamá tan alterada y tan enojada por algo o por alguien, y ese mismo coraje se lo hizo sentir a mi abuelo mientras le platicaba lo que había pasado, estaba tan encabronado que sacó una botella de tequila vertió en un vaso de veladora un pegue chingón y de un trago lo desapareció, tomó una varilla la enderezó y le pidió a un primo que lo acompañara... recuerdo que se perdieron en la oscuridad de la calle y antes de eso él sólo dijo "o vera ese hijo de la chingada" me hubiera gustado ver la cara del tío Adrián, pero no me lo permitió mi mamá, pero seguro estoy que lo único que se comió en el taco fue una ensalada de putazos.

Te fuiste cuando quisiste y en paz, ninguna enfermedad te derribó, fumaste desde que tenías once años y lo dejaste cuarenta después, ni cáncer ni enfisema, ni nada de eso, simplemente... ya estabas cansado.


Dónde quiera que estés, descansa en paz viejito hermoso... cuando veas a mi abuela, y después de besarla y echarte un round con ella dile que la amo y dale un beso.

Corre que te alcanzo

Esto que te contaré, pasó hace algunos meses, a nadie se lo he platicado, hoy puede ser gracioso pero en ese momento sufrí cómo no te imaginas, vamos al grano, era un lunes 450 am desperté y me alisté para ir a un día más, primero al ejercicio después al trabajo sólo que antes de todo eso hay que caminar un buen tramo, y antes de caminar me tengo que preparar y asear y muchas cosas el hecho es que en este ir y venir sentí una molestia en el estómago, un malestar de algo que hubiera comido y que no cayó bien. Pero no le di mucha importancia, terminé mis preparativos y me salí, de nuevo el malestar se hizo presente, y de nuevo lo ignoré, sin saber que lo pagaría caro, muy caro.

El malestar se puso más rudo estaba a la mitad del camino justo entre mi casa y el baño más cercano que es de una gasolinera, un volado decidió mi suerte y seguí hacía la gasolinera, el plan en mi cabeza era sencillo, llegar ubicar el baño y pagar lo que fuera necesario, así lo hice, no sin antes dejar mi ateísmo a media calle ya que poco antes de mi destino sentí que no llegaba y recé hipócritamente lo que pude, al ver la luz de los baños hubo una paz, paz que duró muy poco porque en mi plan no contemplé una variable, había una mujer haciendo limpieza del lugar, PUM esa muerte chiquita acompañada de sudor helado que recorre la espalda desde la nuca hasta donde se deja de llamar espalda se apoderó de mi.

Delante mío una mujer de pocas palabras, con una negativa rotunda, una honestidad intachable que resistió a mi billete de veinte pesitos y en actitud molesta y en defensa atravesó en el marco de la puerta escoba y jalador en forma de equis, y ofendida exclamó... regresa en media hora, si quieres. Yo no tenia media hora es más sentía que no tenía ni cinco segundos más, una especie de baile desesperado y retrasado me delataban, el sudor en mi frente acompañaba el cuadro patético, -que traumas tendría aquella mujer que se ensañó conmigo, cómo es un poco de poder puede envilecer a alguien al grado de verte sufrir y no sentir nada- en fin que en verdad nada cambió su determinada decisión de no tirar paro. Me volví vulnerable y algo torpe, teniendo a mis disposición mil adjetivos y groserías para desquitarme aunque sea un poco, sólo atiné a decir de manera tibia y creo que con voz entrecortada un simple y gris "ojalá nunca le pase" al mismo tiempo que me daba la vuelta y la castigaba con mi indiferencia.
Si se lo preguntan, logre encontrar otro baño, de alguna manera el malestar se pudo contener y me dio tiempo suficiente para llegar a donde tenia que llegar y hacer lo que tenía que hacer...

Ojalá nunca les pase...

¿Qué vamos a tomar?

Malibú, con jugo de piña y mucho hielo, sugirió Nan, la mejor idea para terminar una jornada eterna de trabajos de la Universidad, aspirantes a diseñadores gráficos, no recuerdo la materia ni la tarea a la postre es tan irrelevante para lo que quiero contar que basta con decir que nos dejaban un chingo de trabajos y la mayoría se debían hacer en equipo.
Casi las 10 de la noche, habíamos estado trabajado en la casa de alguien en Ecatepec, al terminar partimos a la Casa de Nan, su papá fue por nosotros en un VW Golf, de color plata, un auto muy eficiente y súper cuidado, éramos bastantes, pero como era costumbre en esos días cupimos encimados, algo incomodos pero con cierta alegría que en esos casos hace los viajes muy amenos por muy largos que pudieran ser, recuerdo que pasamos por un lugar algo tétrico, una especie de entronque hacia la autopista que lleva a Pachuca, al instante Edgar nos mencionó que ese lugar había sido la locación de la película de amores perros, en la escena donde desvalijan los autos, aún estaba de moda esa cinta así que no había mucho que explicar, lo asimilamos muy bien, llegamos rápido a Ojo de Agua, cuna de nuestra amiga Nan y en cuestión de segundos después de haber aceptado la sugerencia del Ron Malibú, que beberíamos en aquella reunión improvisada –No se si les ocurra que lo improvisado resulta mucho más placentero e inolvidable que lo planeado, al menos a mi así me pasa muy a menudo– ya teníamos la coperacha y salimos a la calle Nan y yo, buscando qué creen? Pues un Oxxo que más? sólo caminamos un par de cuadras de su casa, hablamos poco, tal vez de la tarea y pendientes, un poco de nosotros y lo bien que nos sentíamos aquella noche, para cuanta plática pueden alcanzar un par de cuadras, fuimos y regresamos rápido, una bolsa de hielos, Malibú y jugos de piña, –Es tan delicioso el ron ese, pero tiene un poder sobre mi, y no se si es el extracto natural de coco o sus 18 grados de alcohol o que viene del caribe, o todo pinches junto, no lo sé lo único que sé es que tiene la gracia de regrésame a ese día así que sólo lo he bebido un par de veces más, prefiero no inundarme de melancolía– pagamos y enseguida lo estábamos disfrutando.

El tiempo se detuvo esa noche, fue algo místico, el tiempo no se detiene así tan a menudo nomás por nada, el final del semestre estaba muy cerca, y con el pues el final de nuestro paso por la universidad, ese grupo ya no estaría otra vez junto, al menos no de esa manera, sólo nosotros sólo los de siempre, creo que lo sabíamos y fue así que desde el fondo de dónde sea que alojen las emociones y el amor por los amigos que uno a uno soltó lo que sentía no quiero pensar en que aquello fue una despedida pero las palabras expresadas por cada uno nos hacían llorar al resto, y así en cada turno, confesiones, netas, halagos , bromas, recuerdos, de todo un poco, Griss fue más allá, dijo cosas que aún guardo muy bien, Mocre lo hizo breve pero muy emotivo, Mag muy directa, Saner concreto y con mucho sentimiento, nuestra anfitriona Mookiena a pesar de siempre mostrar una cierta barrera emocional dijo verdades al alma de cada uno, yo no se que rayos expresé. Yo los amo y los recuerdo con mucho cariño y hoy que me serví un delicioso trago de Malibú con jugo de piña y muchos hielos y con la incertidumbre de no saber que resultaría de este viaje a los viejos rincones de mi memoria después de dar del primer sorbo me di cuenta que los extraño y que los sigo queriendo tal vez un poco más.


Como siempre... en los mejores momentos no una hubo foto, esa se tomó con la memoria, esto es lo más parecido a lo que éramos en aquellos días.

Hoy sólo quiero reír... si se pude claro

No hay otro lugar más adecuado para este tipo de acontecimientos que el transporte público, siempre es hermoso lo que te puede dejar el andar de autobús en autobús, o de vagoneta en vagoneta como es el caso hoy.

Inicié el día con un chingo de ganas y buena vibra para ir a hacer ejercicio, en mi mente sólo estaba lo que realizara al llegar al gimnasio que si diez series de esto, veinte de lo otro, mil abdominales, unos quince kilómetros corriendo, y un baño con agua fría para llegar con harta pila a trabajar, debo mantener la mente ocupada en el pinche tráfico tan lento de esta ciudad, es increíble que a las 5:40 de la madrugada ya esté tan saturado el periférico.

6:22 am. más menos, pedí al amable conductor que se detuviera en la Fuente de Petróleos, justo en avenida Reforma, pague y esperé el alto total para poder bajar, enseguida inicie la titánica aventura de intentar escapar de esa lata de sardinas humanas — ¿Cómo pinches madres cabemos tantos en un espacio tan reducido?, pero esa es otra historia— en medio segundo que titubee si llevaba todas mis pertenencias, justo estaba en el borde de la salida, — y es que recién perdí mi cartera y ando medio ciscado que reviso mil veces, que este todo en su lugar — pues bastó ese espacio de tiempo tan breve tan pequeño para que el conductor diera un jalón al lazo desgastado que está atado a un extremo de la portezuela y ésta corriera rápida y violentamente al mismo tiempo que ponía mi pie derecho en el piso, lo siguiente que sucedió es que mi short quedó atorado en el cerrojo y quedé en harapos a media avenida, mi prenda se desgarró por completo, y ahí me vi en bóxers, y con una vergüenza tan grande que sólo pude caminar y caminar sin voltear atrás, seguro les hice la mañana a los malhumorados pasajeros de aquella vieja camioneta.

No pude más que reír y decretar que sería el inicio de un día increíble, y es que lo que relaté es tan inverosímil que no queda mas que dejarse caer en manos de tan hilarante situación, todo esto mientras ataba los pedazos de tela y eso sólo para no sentir el chiflón tan directo en los kiwis!!

las miradas de la gente francamente me valían tres hectáreas de lo que gusten.

Diciembre me gustó... Pa' que te vallas…

Hace unos pocos años se fue una de las personitas más hermosas que pude haber conocido; me cuesta demasiado escribir de esto. Es una historia difícil de recordar y de transmitir, es la razón del por qué las navidades y yo no tenemos una relación cordial, siendo que en el pasado era por mucho mi época favorita del año. Esa personita hermosa fue, en vida, mi abuela; uno no escoge a sus familiares, se dice por ahí y qué bueno, de no ser así, quién sabe cómo me hubiera ido. Desde siempre le doy gracias al destino, a Dios y a la vida por haberla puesto en mi camino.

Solía pasar algunas vacaciones con ella; en diciembre era la más esperada. Su familia es numerosa y hubo una época donde era obligado estar en la noche de Navidad en su casa, y durante mucho tiempo fue así. Una reunión que comenzaba desde que ella organizaba las posadas en la cuadra era emocionante; cada una de las nueve noches recorrer la calle principal con una velita encendida y cantando para pedir posada y que nos dieran los aguinaldos con un tamal y atole. Incluso no faltaba la niña con las greñas chamuscadas, ya fuera a propósito o por accidente.

El mero día de la Nochebuena, comenzaba con los preparativos, con las compras de último momento y lo más importante para ella: el hecho de ver poco a poco cómo se reunía su numerosa familia a medida que se acercaba la noche. De qué hablaban los adultos que pasaba entre ellos no lo recuerdo. Recuerdo una fiesta interminable, risas, cubas para brindar y platicar. Eran finales de los años ochenta; el Bacardí, Don Pedro y Presidente, eran los reyes de todas las fiestas y reuniones, junto con la Pepsi de vidrio. Obviamente, la Navidad no era excepción. Así se divertían los adultos en esa casa donde sólo había dos cuartos que para mí resultaban enormes, eran las recámaras. Una cocina interminable de un olor muy peculiar, olor a hogar, olor a… a la casa de los abuelos; no hay ni habrá otro. Un patio irregular, un baño, una nopalera que parecía una especie de bosque tenebroso, un claro de cemento que hacía las veces de garaje, de taller mecánico e incluso de matadero de marranos para dar de comer en las fiestas.

Pero en realidad, era el techo de la cisterna, que años más adelante cobró una factura muy cara al arrebatarnos a un primo en sus aguas. Al fondo justo estaban los chiqueros de donde salían los cerdos citados, mismos que el abuelo crió durante algunos años; eran muy ruidosos. Ese es el hogar que recuerdo, donde pasé las mejores noches y días de mi vida. Qué se cenaba no recuerdo cuál era el menú. No era importante; de hecho, estoy seguro de que al menos yo no comía. Eran más mis ganas de jugar y correr por todos los rincones, cuidarnos de que los adultos no nos cacharan al desocupar los vasos de las cubas abandonadas, o escondernos hasta en el ropero de la abuela al jugar “escondidillas” o a “las traes”. Parecía que nada de esto la hacía enojar y créanme éramos un chingo de escuincles haciendo de esa noche en especial nuestra noche. Haciendo explotar cuetes, gritando, jugando, peleando, rompiendo las botellas vacías de brandy Don Pedro para encontrar una canica o una especie de pirinola transparente. Todos con un código no escrito de seguir a los primos más grandes, sin cuestionar. Quisiera recordar cuántas veces participé en un “zapatito blanco – zapatito azul” o cuántas balas tenía el mentado avión japonés, pero afortunadamente no es así, fueron un chingo.

Eran los días fríos de diciembre en Huixquilucan; había de todo en las cenas de Navidad. Casi estoy seguro de que en una noche de Navidad una prima intentó fugarse con el novio. Si no mal recuerdo, ella tenía 15 años y él casi le doblaba la edad, y ese era el problema; yo era muy chico. La verdad es un recuerdo forzado, pero de que se armó un desmadre se armó. Poco a poco las cosas fueron cambiando; mi familia de por sí grande se hizo más grande, los primos en edad casadera, los líderes fueron haciendo sus propias familias. La misma casa no se salvó de este crecimiento que obligó a tumbar los chiqueros y a hacer ajustes en la arquitectura improvisada para soportar que todos los que habitaban ahí estuvieran mejor.

Cuando esto sucedió, ahora sí recuerdo lo que cenábamos en la Nochebuena: un rico pozole con cabeza. También había pollos y ensalada rusa —que ni es ensalada ni rusa menos, pero eso es otra historia—. Lo que sí recuerdo y extraño demasiado son los buñuelos; mi abuela los hacía como nadie. Desde preparar la masa, estirar grandes tortillas en una mesa, instalar un fogón improvisado con carbón en una carretilla y freír uno por uno esos discos para formar los buñuelos y culminar con una abundante espolvoreada de azúcar. Pero eso no era todo; al final y de la nada, y tampoco sé cómo ni en qué momento lo hacía, ya tenía preparada una miel de color negro hecha a base de piloncillo, hojas de olor y guayaba, que ponía a calentar en una sartén y enseguida ponía los buñuelos hechos pedazos a remojar. Ese plato no tiene madre —bueno, sí ella—, pero lo que quiero expresar es que el sabor y lo que transmitía en cada bocado, aunque me quemara el “hocito”, sic. Jamás lo voy a encontrar. Mis primas medio le quieren hacer competencia, pero sólo ella sabía el ingrediente secreto: el amor y el corazón con el que preparaba todo esto. No por nada le creció tanto, literalmente, y eso fue lo que la puso tantas veces al borde de la tumba.

En fin, lo inesperado le pasó una Navidad. Su familia ya de por sí grande y desbordada se hizo más grande, y esa noche pues se organizaron otras cenas; ya no llegaron todos como había sido la costumbre. El problema es que nadie le avisó; ella hizo su pozole y sus buñuelos, y solo unos cuantos estuvimos ahí. Recuerdo muy bien ese día porque la emoción de una fiesta y siendo ya no tan niño me llevó a dejar la casa de la abuela e irme pronto con una tía que prometía una gran fiesta con música y buen desmadre. Hasta ese momento uno desprecia la compañía e incluso los sentimientos de las personas que uno más ama; no imaginé que entrada la noche mi abuela llegara a donde la mentada fiesta se estaba dando. Me tocó verla llegar, escuché que tocó lenta y pausada pero fuerte; la música era escandalosa así que se tenía que hacer escuchar. Alguien le abrió, no sé quién y tampoco me importa. Lo siguiente me dejó helado y hasta hoy es un recuerdo que no me deja en paz por la culpa; ella lloraba, pero no derrotada, ni triste, tampoco deprimida; eran lágrimas gruesas de una mujer fuerte pero desilusionada, decepcionada.

Y así, con su calma y su paz pero fuerte y con la voz entrecortada, dijo: todos los años van a la casa, ¿ahora por qué no? Los estuve esperando, tengo mi pozole hecho. No recuerdo qué pasó después; solo un abrazo de alguien, el apapacho y una explicación a medias y tan forzada que no la convenció para nada. Ya nada fue igual los años siguientes; más nuevas familias, nuevos integrantes, más cenas dispersas y lo natural en estos casos o al menos en mi familia, pedos, muchos pedos, pleitos y peleas. Nunca olvidé el mal trago que le hice pasar a la abuela; sé por ella misma que si le pegó en el alma. Al final se repuso, con una inteligencia emocional que le envidié siempre; lo pudo entender y aceptar mejor que cualquiera.

Varios años después, un diciembre, para no variar y también después de muchos sustos ya que mi abuela padeció y sufrió demasiados males, una enfermedad respiratoria llamada EPOC, que le dejó los pulmones como pasitas, la sangre espesa, el corazón enorme que le abarcaba más de la mitad del pecho por el esfuerzo de no bombear con efectividad, entre muchas cositas más, y condenada a vivir conectada a un generador de oxígeno. A mi amada abuela le tocó estar internada desde unas semanas antes de Navidad; parecía que la dejarían salir justo para Navidad, o al menos era el deseo de todos los que la amábamos, pero no fue así.

El 24 de diciembre se aproximaba y yo me invadía de nuevo por ese sentimiento de culpa de la noche en que llegó a buscar explicaciones. Es un día y una noche difíciles; es complicado a quién le gusta estar en un hospital y menos esa fecha, pero yo pensé que se la debía y digamos que para ese entonces la Navidad ya no tenía los mismos efectos de pasión y gusto que alguna vez me provocó. Así que decidí estar con ella; decidí ser el responsable para quedarme a la guardia que por la gravedad de sus males y por el hospital era obligatorio que al menos un familiar se quedara en la incómoda y fría sala de espera.

Así estuve puntual; una tía pasó un largo rato conmigo, después me quedé solo y pasé a la última visita del día, y sin saber, también sería la última vez que la vería viva y hermosa como siempre. Porque cuando la volví a ver, ya no era mi vieja; ya era otra en una caja y con un cristal que la separaba de mí. En esa última cita hablé, platiqué, recé, la besé; ella ya no pudo decir nada, aunque lo intentó, sólo que los tubos que la mantenían con vida no se lo permitieron. La sentí fuerte; la sentí con una mejoría que me hizo creer que saldría nuevamente de esa prueba. Pero dicen que cuando alguien va a morir estando grave o muy enfermo, de alguna manera lo sabe y está en paz y se aprecia como si fuera a mejorar. Y yo así la vi esa noche, esa noche de Navidad que de alguna manera le debía y que volvía a pasar junto a ella como cuando niño; y así me fui de su cama con la idea de que pronto estaría en su casa. Una noche después, murió.

Al Patrón con cariño

Feliz cumpleaños al Patrón, sin duda lo más increíble que me ha pasado en este festín llamado vida, es haberme cruzado en su camino, ese hecho en apariencia insignificante nos cambió a ambos para siempre.
Y para siempre también será mi héroe mi guía, mi viejo, felices 58 a mi padre el hombre más inteligente y noble que existe, el único al que he amado, -bueno también amo a mi hermano pero no le digo porque se la va a crecer, además es muy macho como para recordarle-

Mi papá me enseñó muchas cosas, fue mi maestro no sólo en la escuela sino también en la vida, lo poco que sé de matemáticas lo aprendí por él, recuerdo un día, en tercero de secundaria que no me dejó entrar a su clase, sólo porqué llegué tarde diez minutos, creyendo que era mi papá el profe me sentí muy chiles, olvidé que su integridad, su profesionalismo, y su ética son incorruptibles, en pocas palabras me sacó del salón y me dejó a mi suerte en los pasillos de la escuela a merced de mi madre que si me veía afuera, me la iba a hacer pasar muy mal pero esa es otra historia- , sin duda la clase más importante, la que no me perdí, la que no me pude saltar fue la del espíritu, la del coraje que no se hereda, el que se aprende con el ejemplo, sigo pensando cada vez que te veo que de grande quiero ser como tú y gracias a eso amo con toda el alma a mi compañerita de mil batallas ,mi pequeña hija.