miércoles, 28 de agosto de 2019

Una Gran Aventura




Este espacio se ha vuelto la ventana del balcón en el penthouse de mi vida adulta, donde cada historia escrita es aire frio recordándome que estoy vivo, el destino me alcanza cada día con mas dudas que respuestas, con mas incertidumbres que certezas y recordar el pasado a travez de mis escritos es un gran ejercicio para evitar que la mente se atrofie, he escrito muchas historias de mi vida, cosas buenas, tragos amargos, lo que me apasiona, lo que medio recuerdo, todo lo recopilo entre platicas, vivencias ya sea con parientes o amigos, no es escribir por escribir, principalmente es mi pasatiempo favorito y me gusta compartirlo no solo en este medio; si la historia es de alguien en especial, se la hago llegar, la imprimo o la envío por mensaje, me gusta incomodar con el amor, escribir de alguien no es fácil, hablar de alguien especial y decirle que lo amas, que lo admiras no es sencillo para nada, pero me encanta ver la reacción de las personas cuando se ven reflejadas en uno de mis textos con mi toque muy especial, es una gran práctica estoy seguro que todos tenemos grandes historias, aventuras increíbles que se pueden escribir y es justo el motivo de este nuevo relato, hace un par de semanas mi padre, el único hombre al cual he amado me compartió escrita una de sus más grandes aventuras, me emociona pensar que de alguna forma lo inspiré a con mis relatos que le he compartido, para él aventurarse a hacer lo mismo, me pidió opinión, me invitó a modificarla si es que yo lo consideraba, mi padre un poco inseguro sentía que en algunas partes era necesario eliminar, ahondar, profundizar o ajustar el contenido de la historia, la realidad es que es tan rica en nuestra cultura que no se puede más que admirar, no le movería una sola coma porque esto que estás a punto de leer lo escuché muchas veces cuando era pequeño, entre mis laberintos de recuerdos yo tenia la idea de que habían sido historias diferentes, y cuando lo leí me fui de espaldas al darme cuenta que todo era parte de una gran aventura, te lo comparto, para mi es una gran joya, lo disfruté de principio a fin espero que tú también lo hagas.

Un acontecimiento inesperado cambió mi aparente tranquilidad cotidiana, dando un giro súbito de lo simple y cómodo a una situación de alarma e inquietud. Tú mamá está enferma, fue la noticia que recibí de tajo; mi mamá siempre ha tenido una fortaleza estoica, por eso me causó sorpresa escuchar esta aseveración, sin darme tiempo de reponerme recibí otra indicación a manera de sentencia incuestionable, es necesario que vayas al pueblo a verla.
Debe ser algo extraordinario, pensé, por el tono imperativo y autoritario que denotaba la voz de mi tío, prepárate para que no se te haga tarde; era aproximadamente las 4.00 p.m. de aquel día. Ante esta advertencia me dispuse a preparar lo necesario para cumplir con la encomienda, apenas tenía el tiempo suficiente para ello, porque de hecho, era tarde, normalmente cuando había oportunidad de visitar el pueblo, el viaje se hacía en la mañana para alcanzar el único transporte que hace el servicio desde la ciudad de Iguala, este partía hacia el pueblo, después del mediodía, para sortear la carretera como se le llamaba, el camino de terracería en tres o hasta cuatro horas aproximadamente, dependiendo del estado del camino, sin embargo, en esta ocasión se trataba de un caso extraordinario, por lo que había que actuar con prisa.
Después de las 10.00 p.m. arribé a la terminal del sur para comprar un pasaje en la línea de autobuses flecha roja cuyo itinerario inicial y final era la ciudad de México y ciudad Altamirano, Guerrero, respectivamente, con algunos puntos intermedios, también los había directos; a mí el que me convenía era el primero. Antes esta era la única vía para nosotros hacer viajes ya sea a la Ciudad de México, Iguala, Chilpancingo, Arcelia, Altamirano, principalmente para la ciudad de Teloloapan recuerdo que desde el pueblo recorrí el camino a lomo de caballo o a pie varias veces, ante la carencia de transporte o recursos para adquirir algunas cosas muy necesarias para el hogar y el trabajo.

Llegué a la terminal de la ciudad de Iguala en plena madrugada y antes de reanudar la marcha para Altamirano le pedí al operador que me bajara en el crucero de Chapa, ya que por la hora y el frío que hacía, temí quedarme dormido, como ocurrió finalmente, a pesar de mis esfuerzos e intentos en el trayecto de diseñar mentalmente un plan a seguir al llegar a este punto y que me mantuviera despierto.
Como he señalado, por la hora de llegada, planeaba hacer un alto en el crucero de Chapa y continuar la marcha hasta que hubiera suficiente luz del día y si la suerte me acompañaba encontrar algún camión de carga que a veces recorrían los caminos llevando productos que vender o que comprar en los pueblos circunvecinos.
“¡El que baja en el crucero de chapa! “ Escuché adormilado en mi asiento, volvió a sonar la voz del conductor con más insistencia repitiendo la frase; anticipadamente yo me había sentado en la segunda fila de asientos a la derecha del chofer para estar cerca de la puerta de descenso. Aunque con alguna dificultad logré ponerme de pie lo más pronto que pude, me colgué mi pequeña mochila al hombro y me dispuse a descender no sin antes agradecerle su gesto amable y finalmente puse los pies en la tierra.
Por algunos instantes pude distinguir el lugar donde estaba parado, de inmediato escuché el ruido del motor arrancar y vi las luces alejarse rápidamente y en seguida me di cuenta que había cometido un error garrafal del que no tomé en cuenta: no tenía ni una lámpara de mano o unos tristes cerillos. En un abrir y cerrar de ojos me quedé en la más absoluta oscuridad, yo esperaba que por lo menos la frecuencia de vehículos que transitaban a esa hora me iluminaran algo, sin embargo, sólo allá muy lejos se veían aproximarse en uno o en otro sentido al punto donde me encontraba, es decir, no me ayudaba en nada para mis propósitos.
Como he señalado, antes de partir el autobús, me percaté que no me había bajado exactamente donde era mi intención, me encontraba algunos metros adelante, ¿cuántos? no lo sé, todo de golpe en unos segundos de plano me desconcertaron las cosas.
Decidido a salir cuanto antes de esta situación incómoda, me incliné para explorar el suelo con las manos: sentí los restos de la hierba seca, retrocedí lentamente en dirección al punto donde la intuición me indicaba que era el sitio correcto para cruzarme al otro lado de la carretera e iniciar el descenso hacia el pueblo de chapa. A pesar de no transitar por el lugar por mucho tiempo este me resultaba familiar, tenía las imágenes frescas en la mente, tomando todas las precauciones, volví a explorar el terreno para evitar sorpresas, del otro lado del camino eran laderas qué si bien no son tan accidentadas, los riesgos de sufrir una caída a esas horas en esas condiciones eran dignas de tomar en cuenta.
Me alegré al sentir la textura del suelo, era ese polvo fino como talco, típica señal del tránsito constante de vehículos, personas y animales cuando se va la temporada de lluvias, como he comentado finalizaba el mes de noviembre, además de aprovechar mi experiencia al vivir en  ese entorno y hacer observaciones de estos sucesos esenciales para estos casos; estaba justo donde empezaba el camino para iniciar el descenso hacia el caserío, entonces escaso en el poblado, observé la única lucecita a la distancia que provenía de una casita que funcionaba  como tienda y vivienda al mismo tiempo, infundiéndome ánimo descendí por esta brecha que también era usada por los habitantes de otras comunidades circunvecinas.
Aunque con algunas dificultades me aproximé a esa casa, conocía algunos rasgos de ella, sin embargo, había cambiado un poco; tenía una especie de cerca de madera, que hacía que los perros no salieran disparados en pos de alguna presa, lo que para mí en ese momento fue una suerte. Antes tenía un techado de teja que cubría del sol o la lluvia a los viajeros que hacían un alto en el camino para mitigar el hambre y la sed.
Los ladridos furiosos y desesperados de los perros me hicieron desistir acercarme más a aquella casa y sobre la marcha tomé la decisión de continuar el camino a pesar de las dificultades que ofrecía este, no podía quedarme varado en plena oscuridad y en la húmeda intemperie de la madrugada.
Por mi mente se presentó de golpe la idea del río que corre el núcleo de este poblado y que inevitablemente tenía que sortear, era algo con lo que no contaba hacerlo en estas circunstancias, a pesar de ello me animaba saber que por esas fechas su caudal había disminuido y su nivel eran apenas de algunos centímetros solamente por lo que los vehículos, animales y personas podían cruzarlo sin dificultad sus seis o siete metros de longitud.
Cuando estuve en su proximidad escuché fluir la corriente ya sea por la fricción con las pequeñas rocas o caídas sobre otras que se cruzaban en su camino, las cosas se complicaban ya que es un área arbolada densamente y con alturas muy elevadas haciendo más cerrada la oscuridad.
Cuando lo tuve frente a mí se me presentó el dilema, ¿Qué rumbo dirigir los pasos? Del lado izquierdo había un puente de troncos que siempre estaba maltratado por el uso y el escaso mantenimiento, aparte de estar al borde de un precipicio de altura considerable, me asaltó la duda, ¿habrán cambiado sus condiciones? o bien mojarse los pies con el agua casi helada a riesgo de pescar un buen resfriado.
Tomando la segunda opción, con resolución me quité zapatos y calcetines, me enrollé los pantalones más allá de las rodillas, cuando puse los pies en el agua me asaltó cierto  titubeo para avanzar, estaba muy fría, aparte me sentí inseguro pisar el fondo del río descalzo, sin embargo, no tenía ya otra opción. Avancé con cuidado procurando poner un pie y hasta no sentir la firmeza del piso mover el otro.
Cuando había dado algunos pasos, ocurrió algo insólito, del lado opuesto al que me dirigía, escuché los cascos de un caballo que se metía al río, conocía el sonido perfectamente, yo lo había hecho muchas veces, por un instante me quedé paralizado, sentí correr por mi cuerpo la adrenalina, se erizó hasta el último vello de mis brazos, más aún cuando alguien me habló con voz ronca y pausada para preguntarme el destino que seguía, con dificultad tratando de conservar la calma y con la boca seca le respondí, voy a Chilacachapa, hubo un breve silencio perturbador y enseguida recibí una indicación imperante que más bien resultó un consejo muy prudente: “no te vayas por la vereda está muy feo el camino, vete por toda la vuelta”, refiriéndose a la carretera polvorienta. --Nunca supe de quién se trató, aunque a veces pienso que fue alguien bueno porque me orientó en forma correcta, después me enteré cuando comenté lo sucedido, que uno días antes alguien murió al caminar y caer accidentalmente por la dichosa vereda.--
Con toda rapidez, ya sin el menor cuidado, caminé a prisa por el cauce, quería salir cuanto antes de ese sitio.
Al estar en el otro extremo, con prisa me puse los zapatos y me fui de ahí con rapidez, en un instante apareció a la vista otra luz, esta era del poste del alumbrado público, que también sabía que estaba ahí, eran las otras casas del pueblo de Chapa, que en aquellos años estaban diseminados en ese pequeño valle donde predominaban las huertas de limones, aguacates, además de chiles verdes, cilantro, jitomates, entre otras hortalizas que hacían que siempre tuviera una vista de un verdor muy bonito en tiempos de sequía.
Al llegar hasta el poste, observar las casas, me dio cierto alivio; me puse los calcetines con calma no tenía prisa por dejar la seguridad de la luz ni del lugar, sin embargo, recordar la misión que tenía me hizo volver a la realidad.
Me sujeté los zapatos con fuerza como para infundirme ánimo, a toda costa quería sobre ponerme a estas experiencias vividas en tan corto tiempo, miré el entorno tranquilo, trataba de determinar el tiempo antes de ponerme en movimiento por enésima ocasión.
 A medida que abandonaba este lugar y dejar la escasa luz me percaté que la “ carretera” empezaba a ascender, esto permitía que la luz del día empezara a delinear la silueta de las cosas como los cerros distantes, los árboles; el camino se presentaba con algo de nitidez para avanzar con seguridad.
Animado ante este escenario, aceleré el paso a ritmo constante y en poco tiempo emergió en el horizonte el pueblo del Calvario como una postal de algún pintor que reproduce hasta los detalles más mínimos en su obra, el humo blanco que se elevaba sobre los tejados, era un indicativo del inicio de una jornada más que daba vida y movimiento a sus habitantes acostumbrados a iniciar sus actividades a temprana hora del día.
Crucé las calles de este pequeño poblado, cuando el sol salía, en apariencia de entre las montañas, allá a lo lejos como un enorme disco de un color rojo intenso, característico de las zonas donde no existe la contaminación ambiental.
Empezaba a sentirse el calor, sudaba un poco, un tanto por la caminata otro por el clima extremo de la región montañosa de la tierra caliente; pisaba lugares conocidos que conservaba en mis recuerdos, lo había hecho en mi niñez y adolescencia, encontré en el camino personas que ya no conocía, los saluda en voz alta como era la costumbre, iniciaban sus actividades rutinarias, otros que pasaba en el camino, regresaban de ordeñar sus vacas.
Siempre caminaba por la “carretera”, llena de grandes piedras y enormes hoyos, como cicatrices dejadas por las lluvias; las laderas también mostraban sus efectos, habían adquirido el color café oscuro o claro síntomas inequívocos de esto también. En otros se hacían evidentes las huellas de las pizcas, esto es, sólo quedaban cañas secas y restos de las hojas abiertas ya sin la mazorca lo que comúnmente le llaman rastrojo; aquí y allá, sobre algún árbol las famosas zacateras, que se colocaban ahí, para evitar que se pudrieran las hojas que sirven de alimento del ganado en los tiempos de secas.
Finalmente, sin abandonar la carretera, entré al pueblo, lo veía un tanto distinto, estuve fuera más de una década, sin embargo, conservaba sus características fundamentales: calles angostas empedradas, casas de adobe con sus techos de teja, callejones que semejan ramas que se derivan de la calle principal, una tienda aquí otra más allá, etc.
De pronto topé de frente con la escuela primaria, por unos segundos, recorrí mentalmente sus aulas, patio, pasillos, todo me resultaba familiar. En el exterior la plaza principal, la cancha de básquet, la comisaría y a un costado la iglesia del santo patrono: Santiago Apóstol, ante mi vista pasó de golpe una película que podía reconstruir sin dificultad alguna, se activaron mis emociones dormidas.
Ahí algunos metros más estaba mi casa, como las otras descritas; a diferencia de antaño la familia había disminuido, mi padre había fallecido, los hijos mayores habíamos emigrado a la ciudad en busca de mejores oportunidades, quedaban nuestra madre y los hermanos menores. Ingresé por la puerta que daba al callejón y de inmediato el silencio me indicó la preocupación que invadía a mis hermanas, hablamos por unos momentos en voz baja para no despertar a nuestra enferma hasta más tarde.
El olor a comida nos hizo reaccionar y de inmediato me sirvieron el desayuno, una experiencia extraordinaria única, más en la situación que atravesaba; disfrutar el café de olla con canela, tortillas calientes del comal de barro, salsa de molcajete, frijoles con epazote de la nueva cosecha, queso de cincho asado, todo me supo a gloria.
Más tarde llegó mi abuelo materno y me puso al tanto de la situación que mis hermanas ya me habían anticipado. “Tú mamá tiene espanto”, fue a lavar a la laguna Tejería y cuando estaba por terminar surgió un remolino desde dentro de la laguna que pasó justo donde estaba ella y le produjo un dolor de cabeza que se agravó más tarde por la mojada que se dio ya que llovió muy fuerte y se asustó mucho.
La laguna Tejería es un depósito de agua que se formó por la extracción de la tierra para hacer la teja para el techo de las casas, de ahí su nombre; desde que tengo uso de razón ha conservado sus características, es donde las personas llevan el ganado a tomar agua en tiempo de sequía además es fuente para lavar la ropa y bañarse, entre otras necesidades; hay una más grande y otra más chica, aunque esta última se seca completamente.
Ya fui a ver a don Pablito “shiolt” para que levante la sombra a tu mamá. --Se tiene la creencia que cuando las personas se asustan y les da mucha calentura es porque se les cae la sombra-- Don Pablo “shiolt”, así era más conocido en el pueblo, por la enfermedad de su piel reseca y escamosa, es un personaje muy singular: delgado, baja estatura, escaso pelo y bigote, vestido siempre a la usanza indígena: cotón y calzón de manta con sus pretinas que se enredaba a la cintura hasta dos vueltas y sus huaraches de “tres chingadazos”, así eran llamados, estas suelas resistentes de tres agujeros con unas correas como de medio metro que se insertaban en las perforaciones y se remataban alrededor de los tobillos; hombre cien por ciento indígena náhualt de pura cepa.
Era reconocido por sus trabajos que hacía con su estilo peculiar de curar el espanto a través de su método aprendido de sus ancestros y que consiste en rezos en su dialecto y la aplicación de alcohol, agua y otros menjurjes en el cuerpo del enfermo que rociaba con la boca además del suministro de otros brebajes que sólo él conocía y guardaba celosamente en secreto para sus descendientes, todo este ritual es conocido como ensalmo.
En el sitio donde se asusta la persona, se levanta la sombra a través de una ceremonia que realiza don Pablo para recuperar la  perdida por el susto o espanto, con sus rezos y ofrendas pide por su reintegración al cuerpo de procedencia, al concluir representa con flores, galletas, cigarros , palma bendita, velas o veladoras, entre otras cosas propias de estos menesteres, un círculo en el suelo de donde recoge un poco de tierra para usarlo en la preparación de remedios que ofrece al enfermo para ayudar en su recuperación.
Por algunos días realiza los ensalmos al enfermo hasta que poco a poco supera su padecimiento y puede hacer su vida normal.
En el caso de mi madre el trabajo se tenía que hacer por la noche, por lo que mi abuelo y don Pablito prepararon los ingredientes para hacerlo ese mismo día. A la hora que acordaron partieron hacia la laguna Tejería, para ahuyentar los aires decidieron fumar un cigarro en el camino, de no hacerlo corrían el riesgo de enfermarse de los ojos, se enchueca la boca, dolor de cabeza, entre otros males.
A otro día de este suceso nos comenta mi abuelo, que vivía por la salida del pueblo, precisamente hacia la laguna Tejería : cuando llegamos a la cruz misión se nos apareció el malo.
Don pablo al verlo me dijo en voz baja, camina detrás de mí y no te apartes, agárrate fuerte de mi gabán; este lugar es un callejón limitado por corrales de piedra en ambos lados; saliendo del pueblo, cargado del lado izquierdo estaba esta gran cruz en su base de piedra donde hacían alto los dolientes que llevaban sus difuntos al campo santo. Todos los terrenos estaban delimitados por corrales incluso en la actualidad.
Vimos aproximarse un burro con prisa, casi al encontrarnos, don Pablo le habló en nahualt para que se apartara de nosotros y siguiera su camino, este en lugar de hacer caso se detuvo moviendo las orejas hacia atrás y adelante, agrandaba sus fosas nasales y por sorpresa alcanzó a dar algunos mordiscos, dos de los cuales alcanzaron el hombro de mi abuelo por encima del gabán con que se cubría del frío, como pudimos constatarlo por los moretones visibles que presentaba.
Es bueno don Pablo, le ganó al malo, remató mi abuelo con esta afirmación con buen humor. Se enfrentó a él bien decidido, le habló, le rezó, le cerró el paso con su cuerpo hasta que agachó las orejas, se dio la vuelta y se perdió por el camino rumbo al panteón.
Superada esta situación nos dimos prisa hasta llegar al sitio donde don Pablito hizo su levantamiento con seguridad, sabiéndose dueño de la situación. De regreso le ofrecí fumar otro cigarro para aligerar la tensión que teníamos y de paso alejar las malas vibras durante el camino.
Estuve con ellos el resto del día y me quedé a dormir en casa, no sabía cuánto tiempo más estaría fuera, muy temprano abandoné casa, familia con un dejo de tristeza.
Hoy a muchos años de distancia decidí escribir este relato que me dejó una huella inextinguible, que me acompañó siempre.