Este espacio se ha
vuelto la ventana del balcón en el penthouse de mi vida adulta, donde cada
historia escrita es aire frio recordándome que estoy vivo, el destino me
alcanza cada día con mas dudas que respuestas, con mas incertidumbres que
certezas y recordar el pasado a travez de mis escritos es un gran ejercicio
para evitar que la mente se atrofie, he escrito muchas historias de mi vida,
cosas buenas, tragos amargos, lo que me apasiona, lo que medio recuerdo, todo
lo recopilo entre platicas, vivencias ya sea con parientes o amigos, no es
escribir por escribir, principalmente es mi pasatiempo favorito y me gusta
compartirlo no solo en este medio; si la historia es de alguien en especial, se
la hago llegar, la imprimo o la envío por mensaje, me gusta incomodar con el
amor, escribir de alguien no es fácil, hablar de alguien especial y decirle que
lo amas, que lo admiras no es sencillo para nada, pero me encanta ver la
reacción de las personas cuando se ven reflejadas en uno de mis textos con mi
toque muy especial, es una gran práctica estoy seguro que todos tenemos grandes
historias, aventuras increíbles que se pueden escribir y es justo el motivo de
este nuevo relato, hace un par de semanas mi padre, el único hombre al cual he
amado me compartió escrita una de sus más grandes aventuras, me emociona pensar
que de alguna forma lo inspiré a con mis relatos que le he compartido, para él
aventurarse a hacer lo mismo, me pidió opinión, me invitó a modificarla si es
que yo lo consideraba, mi padre un poco inseguro sentía que en algunas partes
era necesario eliminar, ahondar, profundizar o ajustar el contenido de la
historia, la realidad es que es tan rica en nuestra cultura que no se puede más
que admirar, no le movería una sola coma porque esto que estás a punto de leer
lo escuché muchas veces cuando era pequeño, entre mis laberintos de recuerdos
yo tenia la idea de que habían sido historias diferentes, y cuando lo leí me
fui de espaldas al darme cuenta que todo era parte de una gran aventura, te lo
comparto, para mi es una gran joya, lo disfruté de principio a fin espero que
tú también lo hagas.
Un acontecimiento inesperado cambió mi aparente tranquilidad cotidiana, dando un giro súbito de lo simple y cómodo a una situación de alarma e inquietud. Tú mamá está enferma, fue la noticia que recibí de tajo; mi mamá siempre ha tenido una fortaleza estoica, por eso me causó sorpresa escuchar esta aseveración, sin darme tiempo de reponerme recibí otra indicación a manera de sentencia incuestionable, es necesario que vayas al pueblo a verla.
Debe ser algo
extraordinario, pensé, por el tono imperativo y autoritario que denotaba la voz
de mi tío, prepárate para que no se te haga tarde; era aproximadamente las 4.00
p.m. de aquel día. Ante esta advertencia me dispuse a preparar lo necesario
para cumplir con la encomienda, apenas tenía el tiempo suficiente para ello,
porque de hecho, era tarde, normalmente cuando había oportunidad de visitar el
pueblo, el viaje se hacía en la mañana para alcanzar el único transporte que
hace el servicio desde la ciudad de Iguala, este partía hacia el pueblo,
después del mediodía, para sortear la carretera como se le llamaba, el camino
de terracería en tres o hasta cuatro horas aproximadamente, dependiendo del
estado del camino, sin embargo, en esta ocasión se trataba de un caso
extraordinario, por lo que había que actuar con prisa.
Después de las 10.00
p.m. arribé a la terminal del sur para comprar un pasaje en la línea de
autobuses flecha roja cuyo itinerario inicial y final era la ciudad de México y
ciudad Altamirano, Guerrero, respectivamente, con algunos puntos intermedios,
también los había directos; a mí el que me convenía era el primero. Antes esta
era la única vía para nosotros hacer viajes ya sea a la Ciudad de México,
Iguala, Chilpancingo, Arcelia, Altamirano, principalmente para la ciudad de
Teloloapan recuerdo que desde el pueblo recorrí el camino a lomo de caballo o a
pie varias veces, ante la carencia de transporte o recursos para adquirir
algunas cosas muy necesarias para el hogar y el trabajo.
Llegué a la terminal de
la ciudad de Iguala en plena madrugada y antes de reanudar la marcha para
Altamirano le pedí al operador que me bajara en el crucero de Chapa, ya que por
la hora y el frío que hacía, temí quedarme dormido, como ocurrió finalmente, a
pesar de mis esfuerzos e intentos en el trayecto de diseñar mentalmente un plan
a seguir al llegar a este punto y que me mantuviera despierto.
Como he señalado, por
la hora de llegada, planeaba hacer un alto en el crucero de Chapa y continuar
la marcha hasta que hubiera suficiente luz del día y si la suerte me acompañaba
encontrar algún camión de carga que a veces recorrían los caminos llevando
productos que vender o que comprar en los pueblos circunvecinos.
“¡El que baja en el
crucero de chapa! “ Escuché adormilado en mi asiento, volvió a sonar la voz del
conductor con más insistencia repitiendo la frase; anticipadamente yo me había
sentado en la segunda fila de asientos a la derecha del chofer para estar cerca
de la puerta de descenso. Aunque con alguna dificultad logré ponerme de pie lo
más pronto que pude, me colgué mi pequeña mochila al hombro y me dispuse a
descender no sin antes agradecerle su gesto amable y finalmente puse los pies
en la tierra.
Por algunos instantes
pude distinguir el lugar donde estaba parado, de inmediato escuché el ruido del
motor arrancar y vi las luces alejarse rápidamente y en seguida me di cuenta
que había cometido un error garrafal del que no tomé en cuenta: no tenía ni una
lámpara de mano o unos tristes cerillos. En un abrir y cerrar de ojos me quedé
en la más absoluta oscuridad, yo esperaba que por lo menos la frecuencia de
vehículos que transitaban a esa hora me iluminaran algo, sin embargo, sólo allá
muy lejos se veían aproximarse en uno o en otro sentido al punto donde me
encontraba, es decir, no me ayudaba en nada para mis propósitos.
Como he señalado, antes
de partir el autobús, me percaté que no me había bajado exactamente donde era
mi intención, me encontraba algunos metros adelante, ¿cuántos? no lo sé, todo
de golpe en unos segundos de plano me desconcertaron las cosas.
Decidido a salir cuanto
antes de esta situación incómoda, me incliné para explorar el suelo con las
manos: sentí los restos de la hierba seca, retrocedí lentamente en dirección al
punto donde la intuición me indicaba que era el sitio correcto para cruzarme al
otro lado de la carretera e iniciar el descenso hacia el pueblo de chapa. A
pesar de no transitar por el lugar por mucho tiempo este me resultaba familiar,
tenía las imágenes frescas en la mente, tomando todas las precauciones, volví a
explorar el terreno para evitar sorpresas, del otro lado del camino eran
laderas qué si bien no son tan accidentadas, los riesgos de sufrir una caída a
esas horas en esas condiciones eran dignas de tomar en cuenta.
Me alegré al sentir la
textura del suelo, era ese polvo fino como talco, típica señal del tránsito
constante de vehículos, personas y animales cuando se va la temporada de
lluvias, como he comentado finalizaba el mes de noviembre, además de aprovechar
mi experiencia al vivir en ese entorno y hacer observaciones de
estos sucesos esenciales para estos casos; estaba justo donde empezaba el
camino para iniciar el descenso hacia el caserío, entonces escaso en el
poblado, observé la única lucecita a la distancia que provenía de una casita
que funcionaba como tienda y vivienda al mismo tiempo, infundiéndome
ánimo descendí por esta brecha que también era usada por los habitantes de
otras comunidades circunvecinas.
Aunque con algunas
dificultades me aproximé a esa casa, conocía algunos rasgos de ella, sin
embargo, había cambiado un poco; tenía una especie de cerca de madera, que
hacía que los perros no salieran disparados en pos de alguna presa, lo que para
mí en ese momento fue una suerte. Antes tenía un techado de teja que cubría del
sol o la lluvia a los viajeros que hacían un alto en el camino para mitigar el
hambre y la sed.
Los ladridos furiosos y
desesperados de los perros me hicieron desistir acercarme más a aquella casa y
sobre la marcha tomé la decisión de continuar el camino a pesar de las
dificultades que ofrecía este, no podía quedarme varado en plena oscuridad y en
la húmeda intemperie de la madrugada.
Por mi mente se
presentó de golpe la idea del río que corre el núcleo de este poblado y que
inevitablemente tenía que sortear, era algo con lo que no contaba hacerlo en
estas circunstancias, a pesar de ello me animaba saber que por esas fechas su
caudal había disminuido y su nivel eran apenas de algunos centímetros solamente
por lo que los vehículos, animales y personas podían cruzarlo sin dificultad
sus seis o siete metros de longitud.
Cuando estuve en su
proximidad escuché fluir la corriente ya sea por la fricción con las pequeñas
rocas o caídas sobre otras que se cruzaban en su camino, las cosas se
complicaban ya que es un área arbolada densamente y con alturas muy elevadas
haciendo más cerrada la oscuridad.
Cuando lo tuve frente a
mí se me presentó el dilema, ¿Qué rumbo dirigir los pasos? Del lado izquierdo
había un puente de troncos que siempre estaba maltratado por el uso y el escaso
mantenimiento, aparte de estar al borde de un precipicio de altura
considerable, me asaltó la duda, ¿habrán cambiado sus condiciones? o bien
mojarse los pies con el agua casi helada a riesgo de pescar un buen resfriado.
Tomando la segunda
opción, con resolución me quité zapatos y calcetines, me enrollé los pantalones
más allá de las rodillas, cuando puse los pies en el agua me asaltó
cierto titubeo para avanzar, estaba muy fría, aparte me sentí
inseguro pisar el fondo del río descalzo, sin embargo, no tenía ya otra opción.
Avancé con cuidado procurando poner un pie y hasta no sentir la firmeza del
piso mover el otro.
Cuando había dado
algunos pasos, ocurrió algo insólito, del lado opuesto al que me dirigía,
escuché los cascos de un caballo que se metía al río, conocía el sonido
perfectamente, yo lo había hecho muchas veces, por un instante me quedé
paralizado, sentí correr por mi cuerpo la adrenalina, se erizó hasta el último
vello de mis brazos, más aún cuando alguien me habló con voz ronca y pausada
para preguntarme el destino que seguía, con dificultad tratando de conservar la
calma y con la boca seca le respondí, voy a Chilacachapa, hubo un breve
silencio perturbador y enseguida recibí una indicación imperante que más bien
resultó un consejo muy prudente: “no te vayas por la vereda está muy feo el
camino, vete por toda la vuelta”, refiriéndose a la carretera polvorienta.
--Nunca supe de quién se trató, aunque a veces pienso que fue alguien bueno
porque me orientó en forma correcta, después me enteré cuando comenté lo
sucedido, que uno días antes alguien murió al caminar y caer accidentalmente
por la dichosa vereda.--
Con toda rapidez, ya
sin el menor cuidado, caminé a prisa por el cauce, quería salir cuanto antes de
ese sitio.
Al estar en el otro
extremo, con prisa me puse los zapatos y me fui de ahí con rapidez, en un
instante apareció a la vista otra luz, esta era del poste del alumbrado
público, que también sabía que estaba ahí, eran las otras casas del pueblo de
Chapa, que en aquellos años estaban diseminados en ese pequeño valle donde
predominaban las huertas de limones, aguacates, además de chiles verdes,
cilantro, jitomates, entre otras hortalizas que hacían que siempre tuviera una
vista de un verdor muy bonito en tiempos de sequía.
Al llegar hasta el
poste, observar las casas, me dio cierto alivio; me puse los calcetines con
calma no tenía prisa por dejar la seguridad de la luz ni del lugar, sin
embargo, recordar la misión que tenía me hizo volver a la realidad.
Me sujeté los zapatos
con fuerza como para infundirme ánimo, a toda costa quería sobre ponerme a
estas experiencias vividas en tan corto tiempo, miré el entorno tranquilo,
trataba de determinar el tiempo antes de ponerme en movimiento por enésima
ocasión.
A medida que
abandonaba este lugar y dejar la escasa luz me percaté que la “ carretera”
empezaba a ascender, esto permitía que la luz del día empezara a delinear la
silueta de las cosas como los cerros distantes, los árboles; el camino se
presentaba con algo de nitidez para avanzar con seguridad.
Animado ante este
escenario, aceleré el paso a ritmo constante y en poco tiempo emergió en el
horizonte el pueblo del Calvario como una postal de algún pintor que reproduce
hasta los detalles más mínimos en su obra, el humo blanco que se elevaba sobre
los tejados, era un indicativo del inicio de una jornada más que daba vida y
movimiento a sus habitantes acostumbrados a iniciar sus actividades a temprana
hora del día.
Crucé las calles de
este pequeño poblado, cuando el sol salía, en apariencia de entre las montañas,
allá a lo lejos como un enorme disco de un color rojo intenso, característico
de las zonas donde no existe la contaminación ambiental.
Empezaba a sentirse el
calor, sudaba un poco, un tanto por la caminata otro por el clima extremo de la
región montañosa de la tierra caliente; pisaba lugares conocidos que conservaba
en mis recuerdos, lo había hecho en mi niñez y adolescencia, encontré en el
camino personas que ya no conocía, los saluda en voz alta como era la
costumbre, iniciaban sus actividades rutinarias, otros que pasaba en el camino,
regresaban de ordeñar sus vacas.
Siempre caminaba por la
“carretera”, llena de grandes piedras y enormes hoyos, como cicatrices dejadas
por las lluvias; las laderas también mostraban sus efectos, habían adquirido el
color café oscuro o claro síntomas inequívocos de esto también. En otros se
hacían evidentes las huellas de las pizcas, esto es, sólo quedaban cañas secas
y restos de las hojas abiertas ya sin la mazorca lo que comúnmente le llaman
rastrojo; aquí y allá, sobre algún árbol las famosas zacateras, que se
colocaban ahí, para evitar que se pudrieran las hojas que sirven de alimento
del ganado en los tiempos de secas.
Finalmente, sin
abandonar la carretera, entré al pueblo, lo veía un tanto distinto, estuve
fuera más de una década, sin embargo, conservaba sus características
fundamentales: calles angostas empedradas, casas de adobe con sus techos de
teja, callejones que semejan ramas que se derivan de la calle principal, una
tienda aquí otra más allá, etc.
De pronto topé de
frente con la escuela primaria, por unos segundos, recorrí mentalmente sus
aulas, patio, pasillos, todo me resultaba familiar. En el exterior la plaza principal,
la cancha de básquet, la comisaría y a un costado la iglesia del santo patrono:
Santiago Apóstol, ante mi vista pasó de golpe una película que podía
reconstruir sin dificultad alguna, se activaron mis emociones dormidas.
Ahí algunos metros más
estaba mi casa, como las otras descritas; a diferencia de antaño la familia
había disminuido, mi padre había fallecido, los hijos mayores habíamos emigrado
a la ciudad en busca de mejores oportunidades, quedaban nuestra madre y los
hermanos menores. Ingresé por la puerta que daba al callejón y de inmediato el
silencio me indicó la preocupación que invadía a mis hermanas, hablamos por
unos momentos en voz baja para no despertar a nuestra enferma hasta más tarde.
El olor a comida nos
hizo reaccionar y de inmediato me sirvieron el desayuno, una experiencia
extraordinaria única, más en la situación que atravesaba; disfrutar el café de
olla con canela, tortillas calientes del comal de barro, salsa de molcajete,
frijoles con epazote de la nueva cosecha, queso de cincho asado, todo me supo a
gloria.
Más tarde llegó mi
abuelo materno y me puso al tanto de la situación que mis hermanas ya me habían
anticipado. “Tú mamá tiene espanto”, fue a lavar a la laguna Tejería y cuando
estaba por terminar surgió un remolino desde dentro de la laguna que pasó justo
donde estaba ella y le produjo un dolor de cabeza que se agravó más tarde por
la mojada que se dio ya que llovió muy fuerte y se asustó mucho.
La laguna Tejería es un
depósito de agua que se formó por la extracción de la tierra para hacer la teja
para el techo de las casas, de ahí su nombre; desde que tengo uso de razón ha
conservado sus características, es donde las personas llevan el ganado a tomar
agua en tiempo de sequía además es fuente para lavar la ropa y bañarse, entre
otras necesidades; hay una más grande y otra más chica, aunque esta última se
seca completamente.
Ya fui a ver a don
Pablito “shiolt” para que levante la sombra a tu mamá. --Se tiene la creencia
que cuando las personas se asustan y les da mucha calentura es porque se les
cae la sombra-- Don Pablo “shiolt”, así era más conocido en el pueblo, por la
enfermedad de su piel reseca y escamosa, es un personaje muy singular: delgado,
baja estatura, escaso pelo y bigote, vestido siempre a la usanza indígena: cotón
y calzón de manta con sus pretinas que se enredaba a la cintura hasta dos
vueltas y sus huaraches de “tres chingadazos”, así eran llamados, estas suelas
resistentes de tres agujeros con unas correas como de medio metro que se
insertaban en las perforaciones y se remataban alrededor de los tobillos;
hombre cien por ciento indígena náhualt de pura cepa.
Era reconocido por sus
trabajos que hacía con su estilo peculiar de curar el espanto a través de su
método aprendido de sus ancestros y que consiste en rezos en su dialecto y la
aplicación de alcohol, agua y otros menjurjes en el cuerpo del enfermo que
rociaba con la boca además del suministro de otros brebajes que sólo él conocía
y guardaba celosamente en secreto para sus descendientes, todo este ritual es conocido
como ensalmo.
En el sitio donde se
asusta la persona, se levanta la sombra a través de una ceremonia que realiza
don Pablo para recuperar la perdida por el susto o espanto, con sus
rezos y ofrendas pide por su reintegración al cuerpo de procedencia, al
concluir representa con flores, galletas, cigarros , palma bendita, velas o
veladoras, entre otras cosas propias de estos menesteres, un círculo en el
suelo de donde recoge un poco de tierra para usarlo en la preparación de
remedios que ofrece al enfermo para ayudar en su recuperación.
Por algunos días
realiza los ensalmos al enfermo hasta que poco a poco supera su padecimiento y
puede hacer su vida normal.
En el caso de mi madre
el trabajo se tenía que hacer por la noche, por lo que mi abuelo y don Pablito
prepararon los ingredientes para hacerlo ese mismo día. A la hora que acordaron
partieron hacia la laguna Tejería, para ahuyentar los aires decidieron fumar un
cigarro en el camino, de no hacerlo corrían el riesgo de enfermarse de los
ojos, se enchueca la boca, dolor de cabeza, entre otros males.
A otro día de este
suceso nos comenta mi abuelo, que vivía por la salida del pueblo, precisamente
hacia la laguna Tejería : cuando llegamos a la cruz misión se nos apareció el
malo.
Don pablo al verlo me
dijo en voz baja, camina detrás de mí y no te apartes, agárrate fuerte de mi
gabán; este lugar es un callejón limitado por corrales de piedra en ambos
lados; saliendo del pueblo, cargado del lado izquierdo estaba esta gran cruz en
su base de piedra donde hacían alto los dolientes que llevaban sus difuntos al
campo santo. Todos los terrenos estaban delimitados por corrales incluso en la
actualidad.
Vimos aproximarse un
burro con prisa, casi al encontrarnos, don Pablo le habló en nahualt para que
se apartara de nosotros y siguiera su camino, este en lugar de hacer caso se
detuvo moviendo las orejas hacia atrás y adelante, agrandaba sus fosas nasales
y por sorpresa alcanzó a dar algunos mordiscos, dos de los cuales alcanzaron el
hombro de mi abuelo por encima del gabán con que se cubría del frío, como
pudimos constatarlo por los moretones visibles que presentaba.
Es bueno don Pablo, le
ganó al malo, remató mi abuelo con esta afirmación con buen humor. Se enfrentó
a él bien decidido, le habló, le rezó, le cerró el paso con su cuerpo hasta que
agachó las orejas, se dio la vuelta y se perdió por el camino rumbo al panteón.
Superada esta situación
nos dimos prisa hasta llegar al sitio donde don Pablito hizo su levantamiento
con seguridad, sabiéndose dueño de la situación. De regreso le ofrecí fumar
otro cigarro para aligerar la tensión que teníamos y de paso alejar las malas
vibras durante el camino.
Estuve con ellos el
resto del día y me quedé a dormir en casa, no sabía cuánto tiempo más estaría
fuera, muy temprano abandoné casa, familia con un dejo de tristeza.
Hoy a muchos años de
distancia decidí escribir este relato que me dejó una huella inextinguible, que
me acompañó siempre.