viernes, 28 de marzo de 2025

Instrucciones para pelear...

Instrucciones para pelear...

O sea, no es que yo sea el más chingón para dar una cátedra de cómo iniciar una pelea o de cómo pelear por todo, la verdad es que es todo lo contrario. Pero si el título de esto hubiera sido "Instrucciones para no pelear", pues como que no causaría mucho interés que digamos. Lo he intentado, eh, he sido belicón a veces, pero no me sale hacerla de pedo por todo y por nada. Y vaya que tengo ejemplos de sobra para haber sido súper pedero. No es que sea el tipo más zen del mundo y que nada me cause enojo, nada más alejado de la realidad. Sí hay dos, tres cositas que me crispan los nervios y me hacen enojar, pero no me detono y, por lo regular, sucede con cosas inanimadas, como cuando la computadora o el celular no obedecen, o como cuando al cascar un huevito para prepararlo frito, con la yemita líquida para después reventarla con un delicioso pan, esta se desmadra antes de tiempo y, además, el puto cascarón se hace pedacitos y algunos terminan sobre mi huevito, perdiéndose camuflados con la clara, que para ese punto ya comienza a cocerse. Eso sí me emputa nivel Super Saiyajin, pero se me pasa rápido. Seguramente hay otras cosas que me hacen enojar, pero no son tan relevantes y, además, no es lo que quiero contar.

Hoy quiero hablar de esos corajes y pleitos que se dan con algún ser humano: que si con tu pareja, que si con tus hermanos o tus papás, o con los tíos. —Esas con los tíos o tías son las peleas chidas, eh, más con las tías. Las he visto de cerca y se ponen buenas—. O sea, no tiene que ser un pariente, sin embargo, creo que entre más sangre y genes en común haya, la pelea se pone más chula. De esas veces que te dicen una y tú les dices cuatro, y hasta de lo que se va a morir. Yo a veces quisiera saber hacer eso, pero la realidad es que no estoy capacitado y, cuando quise jugarle al león, no me salió. Terminé arrepentido o, a veces, con un sentimiento de culpa y autorreproches porque yo no soy así. Tengo algunas que les quiero compartir para ver si me doy a entender mejor...

Recordé una anécdota del trabajo. Era una junta virtual en tiempos de pandemia, la junta de marketing de los lunes. Varias áreas involucradas para revisar pendientes y estrategias de la semana: que si los de compras, que si los de ventas y los de diseño, o sea, yo. De repente, salió un pendiente que llevaba varios días de retraso. Una directora de una destacada área pedía respuestas a las chicas de marketing y cada vez se ponía más tenso el ambiente. Por más que se le daban razones, la directora no las aceptaba y estaba haciendo que esa reunión fuera muy incómoda, aun siendo virtual. Y justo ahí entro yo, bien seguro, interrumpo y suelto algo así como:

—¡A ver, ya! No vamos a llegar a nada, dejemos de terquear y pasemos a lo siguiente.

En mi cabeza sonaba bien chingón y muy coherente, pero creo que a la señora no le gustó tanto. Otra chica de su área soltó un firme y contundente:

—¡Saúl, o sea, ubícate! Le estás diciendo terca a una directora.

Y, para hacerlo más dramático, la directora se salió de la reunión diciendo algo así como que ella no estaba para que se le tratara así, entre otras razones, y la junta se terminó por mi culpa. Pero neta que en mi cabeza sonó bien contundente, y un poco quería hacerle notar que ya se estaba extralimitando con sus palabras hacia mis compañeras. Obvio no quedó ahí, eso se platicó en otras áreas. Recibí un correo y una llamada de mi jefa, pero no para regañarme en sí, la sentí como incrédula de que yo hubiera reaccionado de esa manera. Fue algo así como:

—¿Qué? ¿Saúl, Saúl, nuestro Saúl dijo eso? ¿Pues qué pasó? ¿Qué le hicieron?

No me siento orgulloso de esa intervención. Sí me arrepentí y, aunque no pasó a más, sé que no estuvo chido.

Otra que me marcó fue una peleita de familia. No puedo decir mucho al respecto porque es algo muy fresco aún. Solo sé que, por andar de MadreArdiendo y salir a la defensa de una tía, me quedé sin algunos primos. Ella pidió paro, por así decirlo, se sentía vulnerable y amenazada por sus propios hijos. Entonces, yo me sentí bien chingón y con la responsabilidad moral y la obligación de tirar paro a mi indefensa tía. Actué como se hace en estos tiempos modernos: saqué a los rijosos del chat familiar "Los Parientes", les escribí un bonito pero contundente mensaje que seguramente no les gustó y trajo disgustos. Algunos mensajes fueron algo fuertes y, si me preguntan ¿por qué me metí en ese tema?, hoy no sabría dar una respuesta coherente. Me arrepiento bien cabrón de haber actuado con las tripas. Recuerdo mucho que ellos me dijeron algo así como que yo desconocía ciertas cosas y no sabía realmente toda la historia. Y sí, era cierto, no tenía por qué actuar como lo hice. Al final, la tía pudo resolver sus problemas con sus hijos y hoy todo está bien, y eso me da gusto. Nomás yo perdí unos primos y al children me caían muy bien. Tengo muy buenos recuerdos con ellos, muchas risas sin saber tanto de cómo era su vida realmente. Nos veíamos pocas veces al año, pero eso estaba chingón así, hasta que a mí se me ocurrió discutir y ser vengador sin estar capacitado para ello. Una vez más comprobé que el amor de la familia siempre es menos estorboso con la distancia y con el desconocimiento de algunas cositas.

Ahora sí, la peor, de la que más me arrepiento. La pelea más absurda fue con mi mamá. Digamos que, en términos de soportar, no soporté. Decidí ofenderme y hacerme la "vístima", todo por unos tatuajes. Ella tiene ideas muy radicales al respecto, para ser claro, no le agradan nada, y a mí no me gustan, a mi me eeeeeeeeencantan, entonces en una reunión familiar se abordó el tema del elefante tatuado en la sala, o sea, yo con un tatuaje enorme en el pecho y los brazos. Entonces, de repente, por una parte estábamos los tatuados y por otra los no tatuados, y en medio, mi orgullo y mis sentimientos al escuchar a mi jefita y a mis primos con argumentos que no podía procesar. Decidí sentirme mal y decidí sentirme ofendido, y cuando acabó el desayuno y me senté en mi auto, lloré, sentí que no supe defenderme, que debí haber dicho más y mejores argumentos que hasta ese momento me iban llegando. ¿Ya para qué?, eso siempre me pasa, mis mejores respuestas y respuestas a sus posibles respuestas me llegan cuando ya no estoy discutiendo con nadie.
En fin, como ya quedó claro, no soy bueno discutiendo con nadie. Decidí hacerle una carta a mi madre donde le expuse mi sentir por sus palabras y su actuar, pero antes de esto, la evité mucho tiempo, como si hubiera una ley del hielo, y fue muy estúpido de mi parte. Era como si algo dentro de mí me dijera que debía estar enojado y, siendo relativamente muy cercanos mi madre y yo, obviamente que lo notó y me preguntó qué me pasaba, y fue cuando aproveché para enviarle mi carta.
Se los cuento y me dan ganas de llorar porque sé que le dolió mucho que me alejara de ella, no estuvo bien. Así estuve varios meses resistiendo algo que realmente no era mío, yo no soy así, pero no podía soltarlo hasta que un día mi padre tocó mi puerta, había invitado a mis hermanos a una reunión, y él llegó con ellos. Nunca lo había visto tan preocupado, y siendo como es él, fue directo y, de nuevo, se abordó el tema del elefante tatuado en la sala, o sea, yo y mi berrinche de "adulto". Me dijo algo que me dobló por completo: "La jefa es la jefa". Sentí sus ojitos llorosos, y eso que mi papá es de los hombres que no llora, lo he visto así dos veces en la vida.
Me compartió una anécdota que él vivió con su mamá, donde él la hizo sentir muy mal y cómo lo superó, y eso me hizo reflexionar sobre mi actitud y mi comportamiento. Después de eso, fui con mi mamita chula, y ella no dijo nada, solo lloró y me abrazó muy fuerte. No había nada que decir.

Epicteto dijo: "Estamos heridos solo en el momento en que así lo pensamos". Por un lado, uno cree que te pudieron haber hecho algo super hiriente, te maltrataron, te insultaron, te traicionaron o cualquier tipo de ofensa que se te ocurra. Y es como un pensamiento muy válido decir: "¿Cómo no me voy a sentir lastimado?". Y pues puede ser, pero también tampoco.

Existe un pensamiento en la filosofía estoica que es muy válido, que dice que cualquier emoción que tengas te pertenece solo a ti. Nadie te puede hacer sentir enojado, nadie te puede hacer sentir triste, nadie te puede hacer sentir nada en contra de tu voluntad. Esa es una decisión que tú, consciente o inconscientemente, tomas. Es decir, las emociones necesitan de nuestro permiso para existir. Entonces, si yo soy su único amo, son enteramente mi responsabilidad.


Epicteto también dijo: "Si te sientes ofendido, date cuenta de que eres cómplice por el hecho de sentirte ofendido". No es la ofensa lo que te lastima, es lo que tú piensas de la ofensa, lo que realmente te duele.
Hay momentos en que es difícil evitar que nos gane este tipo de mentalidad de víctima y decimos: "¿Por qué voy a asumir la responsabilidad de las acciones negativas que alguien más me hizo?". Pero la respuesta es simple: porque si no asumimos nuestra porción de responsabilidad sobre nuestras emociones, básicamente le estaríamos dando a esa persona las llaves sobre el único poder que realmente tenemos en la vida, el control sobre nosotros mismos, sobre nuestras emociones y nuestros pensamientos. Y eso es algo que no se le debe dar a nadie.

Hoy me siento más capacitado para evitar una pelea absurda. Soy más empático para todo. No sé si esté bien o mal, pero eso me ha permitido ver la vida de otra forma.

Se necesita más energía para mantener un coraje que para dejarlo ir.

Además, esos pinches malos sentimientos y rencores ocupan mucho espacio en nuestro disco duro interno, y no vale la pena.

Lo mejor es no evitarlos, sentirlos… y a la papelera de reciclaje.

Así ahorramos espacio para los buenos recuerdos.


viernes, 14 de febrero de 2025

A propósito del día del amor y la amistad

A propósito del Día del Amor y la Amistad, y después del último relato de mi gran amor y que todos, hasta yo mismo, fuimos team Gaby, pienso que uno va madurando y lo que en un tiempo causó algo de dolor hoy se siente ya muy intramuscular. Pero de que me dejó una gran enseñanza, me la dejó...

Pienso que esta vida es un eterno ping-pong. No es que sea karma o algo así, es simplemente que un día somos víctimas y otras veces victimarios, y nomás hay que tener en cuenta que no es lo mismo ser borracho que ser el cantinero; en ambos frentes se goza y se sufre por igual.

¿Cómo me recordarán los amores con quienes un día me compartí? Sería interesante saberlo. Soy un romántico, apasionado y más intenso que el café. Siento que muchas veces mi severa falta de autoestima me jugó en contra. Si bien siempre fui yo el que inició una plática o una insinuación, casi siempre fue con un salvoconducto de por medio, ya fuera una sonrisa, una mirada o un chisme que me indicara que tenía posibilidades de tener algo más que miradas y sonrisas. Insisto en que mi poca autoestima y mis inseguridades me condicionaron a atesorar el amor o lo que creía que era el amor en casi cada relación que tuve. Pero también lo malgasté, lo sé, y no me siento orgulloso de ello. Algunas veces sí me la volé y fui bastante, pero bastante celoso; toxiquillo desde chiquitillo, intenso y más espeso que el pulque. Otras tantas, apasionado, ardiente, comprensivo, empático, buen conversador y gracioso, pero esas cualidades no justifican lo primero.

Francamente, estoy seguro de que la mayoría de las veces que me rompieron el corazón, que creí haber estado enamorado y que me dolió cuando me dejaron, no fue amor, fue mi ego que se sintió humillado. No sé por qué, pero ese duele más y se siente, y se ve en las acciones que tomamos cuando eso pasa. Porque cuando fue amor de verdad, pues sí dolió lo que tenía que doler y ya está, se supera y listo. El otro no; el ruido que hace el ego lastimado es escandaloso porque el coraje no es con quien nos hubiera botado, es con uno mismo. Y somos crueles con nuestra persona, nos regañamos, nos decimos cosas ofensivas y luego están las preguntas que también lastiman: ¿Qué hice mal? ¿Qué dije? ¿Por qué no estuve más atento? Pero nunca o casi nunca hay respuestas. Pienso que por eso es tan complicado identificar entre ambas.

Hoy comprendo que uno estaría mejor si simplemente aceptara que no podemos hacer que alguien nos quiera o nos ame como nosotros deseamos. Todo sería más fácil, y no solo en el amor pasional de una pareja, sino principalmente con los padres, hermanos o abuelos. Nadie, pero nadie, debería estar obligado a querer a nadie. Pero es imposible aceptar que un padre o una madre no sientan amor por nosotros. Llegar a ese autocontrol y tener ese entendimiento es imposible. A veces hasta creo que se usa de pretexto para ser crueles sin responsabilidad afectiva y para justificar muchas actitudes nocivas: el abuso del alcohol porque ella no me quiere, o “soy así porque mi papá me dejó” o “me drogo porque mi mamá no me quiso”.

He aprendido mucho. He podido identificar muchos patrones y actitudes mías que me hacen ser lo que soy. Sé que haber crecido con muchas inseguridades y falta de autoestima me llevó a atesorar los momentos bonitos y las relaciones, por más efímeras y poco serias que fueran. Tal vez era así porque se sentía chingón encontrar atención y cariño, y como en el fondo sabía que durarían poco, pues intenseaba; no sabía cuándo podría volver a pasar.

Ayer escuché en un pódcast que alguien le preguntaba a gritos a una persona: “¿Qué hay detrás de estar en el gimnasio, de querer ponerse mamado, de estar lleno de tatuajes y poner cara de malo?” Y esa misma voz daba la respuesta: “Hay un niño inseguro, buleado, con poca autoestima. Es lo que proteges con todo eso”.

Me resonó en lo más profundo, me hizo sentir que me hablaba a mí. Reflexioné y entendí que sí, que inconscientemente le puse una protección a ese niño con zapatos ortopédicos que tenían una manguera atada a la cintura. Que el afán de tener tatuajes tan evidentes tal vez obedece a querer distraer la atención de otros defectos e inseguridades tan evidentes; a blindar y a incomodar para evitar algún daño otra vez. Esa voz me hizo sentir vulnerable, me vi descubierto en algo que ni yo sabía que hubiera planeado. Sin embargo, al poco rato me dio paz, y qué chingón saber y conocer el porqué de nuestras actitudes; saber que muchas veces lo que hacemos inconscientemente tal vez es simplemente que la burra no era arisca...


viernes, 31 de enero de 2025

El amor de mi vida

Hace unos días, mi pequeña y yo salimos a dar una vuelta y a hacer unas compras en el supermercado. El tiempo se nos fue entre el tráfico, la poca prisa que teníamos y una que otra actividad que estaba fuera del plan original. Después de completar las compras y los encargos, la pequeña quiso comer ramen. De camino al restaurante, platicamos de muchas cosas y escuchamos muchas canciones: algunas las cantamos a todo pulmón, otras solo nos dejaron en silencio. Con alguna otra, le compartí que me recordaba a su mamá, cuando casi nos mandamos al diablo y por poco y no nace. Pero justo con una canción de Intocable comenzamos una plática muy peculiar. Le compartí mi sentir sobre un amor que me llegó al corazón, de esos amores que te marcan y, de alguna manera, se vuelven inolvidables, aunque uno no quiera. Lo más extraño y casual es que, al irle contando de aquella mujer, pasamos por donde sé que estaba su casa la última vez que supe de ella.

Yo siento que Valentina se interesó mucho en la historia que le iba a contar, además de que recordé que esa mujer le había dejado un recado que, al final, le diría. —No es mame, esa mujer le dejó un recado a mi hija el día que terminamos—. Le conté un poco de la historia. Le dije que la conocí en el transporte público y que, desde que la vi un lunes a las 6:50 de la mañana, me dejó marcado. Era la mujer más guapa que yo jamás había conocido, de verdad me gustaba bastante. Hice todo lo posible por darme a notar hasta que me decidí a hablarle y presentarme. Digamos que tuve suerte porque un día nos tocó ir juntitos en la parte de adelante de una combi que nos llevaba al mismo destino. Lo chido es que ella tomó muy bien mi acercamiento. Eso sí, me dijo que, claro, ya me había notado por esa mirada de loco que tengo y que llegó a pensar que me caía mal o algo así.

Todo pasó rápido, muy rápido de hecho. Ella estudiaba periodismo y comunicación, y yo diseño, en la misma facultad. Se llama Gaby y fue mi novia, la novia más guapa y hermosa que jamás había tenido.

Pero así como empezó, así mero se acabó: rápidito. Creo que fue tan intenso para mí porque siento que fue ese primer amor más formal, más consciente, por la etapa de mi vida en la que coincidimos. Se acabó enteramente por mi culpa, específicamente por mi nivel de intensidad, por querer correr antes de caminar. Obvio que en su momento no lo entendí, y fui aún más intenso al intentar arreglar lo que ni siquiera tenía claro cómo se había descompuesto. Era tan hermosa y tan guapa que solo quería presumirla por todos lados. Fuimos a un concierto, a pasear, a comer, al cine y muchas veces a comprar materiales para nuestras clases de foto. Pasamos horas platicando de lo que nos gustaba y de lo que no, sin tantas vueltas ni enredos. Ella era fan de un programa de TV que se llamaba Otro Rollo y por eso estudiaba periodismo, y también era fan de Intocable —por eso me acordé de ella cuando en el auto con Vale salió una canción de ese grupo—.

Experimentamos juntos un 14 de febrero y me vi llevándole un enorme globo, un peluche con un ramo de flores y chocolates, todo "súper original, obvio". Ella, creo, sí le puso atención a una plática que tuvimos una tarde, cuando, entre ensalivada y ensalivada, le conté que ojalá hubiera un capítulo donde por fin Silvestre se tragara al odioso de Piolín, o que Tom y el Coyote algún día lograran concretar sus planes. Entonces, Gaby me sorprendió con un cuadro de Silvestre sin Piolín, que además tenía una dedicatoria muy bonita en la parte de atrás, con su letra —todo me gustaba de esa mujer—. Además del cuadro, ese día de San Valentín me regaló una lata cuadrada de galletas, lata que, sin querer, aún conservo. El cuadro, al final, mi hermanita lo colgó en su cuarto y creo que aún lo tiene.

En fin, le conté el final a Vale: que justo por querer gritarle al mundo que tenía una novia muy bonita, se me ocurrió la brillante idea de invitarla a una fiesta familiar. Ella aceptó, pero solo sirvió para darse cuenta de que yo era más intenso que el café y más espeso que el pulque. Yo estaba tan feliz de que hubiera aceptado que, de camino a esa fiesta, le dije que la amaba, le hice saber lo feliz que me hacía, entre otras cosas igual de intensas y cursis.

Justo ahí, Valentina me interrumpió y me dijo: "Es que tú también, papá, te pasas. Team Gaby por siempre". O sea, hoy ya sé que sí me dejé ir como niño en avalancha hechiza y sin frenos por una bajadita llena de hoyos, pero lo más chingón de la interrupción fue que ella se sintió identificada con Gaby. Digamos que le estaba pasando lo mismo con un noviecillo muy espeso que no dejaba de decirle lo que sentía por mi bebé, que no dejaba de ser empalagoso y, además, pedía explicaciones de por qué Vale no le expresaba lo mismo, entre otras intensidades más. Con la experiencia y con lo que estaba escuchando, pues obvio, hoy yo también soy Team Gaby. Hoy la entiendo tanto.

Me gusta mucho hablar de estas cosas con mi hija, me encanta tener esas pláticas. Si bien sabía que tenía novio, también me ha contado de sus miedos, sus preferencias y sus inseguridades. Alguna vez leí que no era bueno que los chicos de secundaria tuvieran noviazgos por algunas razones que me parecen absurdas, porque pareciera que no hubiéramos sido esos mismos chicos de secundaria, con las hormonas como hervidero de hormigas. Siento que prohibir o amenazar solo corta la comunicación con los hijos adolescentes. Al final, tener una relación de novios con un chico de su edad le dará las experiencias necesarias para ir formando su corazón y sus sentimientos. Le dará recuerdos inolvidables, buenos y malos. Si la relación fuera con alguien mucho mayor, claro que sería una señal de alarma y tendría que buscar las herramientas para hacerle entender lo peligroso de un noviazgo así. Hoy hablamos de sexualidad abierta y directamente, y también del respeto y el cuidado de los sentimientos de los demás, pero principalmente del cuidado de sus sentimientos y su integridad. Más ahora que supe de su novio. Siempre termino diciéndole que la sexualidad humana no es como el Costco: aquí no se dan pruebas gratis de nada.

En fin, yo pude terminar mi historia mientras comíamos ramen, y días después Vale siguió el ejemplo de Gaby y dejó por la paz la relación con el muchachito intenso ese.

Por mucho tiempo yo creí que Gaby sería el amor de mi vida, muchos años lo sentí así y aún cuando tuve otras novias le guardé su lugar un buen rato. Creo que el concepto del amor de tu vida es real y cobra mucho sentido cuando te das cuenta que no es uno sino varios, y es porque al menos en mi caso no he sido el mismo en más de 42 años, además que hueva no haberlo hecho, no haber evolucionado y tener varias versiones de uno mismo a lo largo de los años, a veces reflexiono en como era, en lo que yo pensaba y como me conducía en otras temporadas de esta serie y si hay algunos capítulos en que el guionista si se la mamó, y si me da un chingo de incomodidad y vergüenza, entonces pienso que con suerte se tiene un amor de la vida casi para cada una de esas etapas. Y por obviedad, pues ya no son compatibles, en su momento es chingón que vas evolucionando a la par de tu pareja, no siempre pasa pero cuando sucede... Suceden cosas bien chulas. A veces solo son lecciones importantes, creo que las parejas con quiénes decides compartirte tienen o dominan ciertos factores que uno no, buenos y malos, por ejemplo yo no sé decir que no a casi nada, pero tengo mucha paciencia y soy muy desprendido, soy muy empático y un abogado del diablo muy eficiente. Trato de transmitir y enseñar eso. Entonces, gracias a los amores de mi vida noto que hoy he aprendido a decir que no con más facilidad y soy un poquito más reservado y un poquito egoísta y creo que ya me quiero más...

Te preguntarás, o no ¿Qué recado le dejó Gaby a Vale? O sea claro está que Gaby no podía saber que yo tendría una hija, porque ni yo lo sabía, pero justo cuando ella terminó nuestro noviazgo después de desaparecer un par de semanas sin saber absolutamente nada de ella, más que un correo electrónico a mi hotmail donde decía que pronto hablaríamos —Todo esto pasó antes de que el celular fuera tan accesible, antes de las redes sociales y en tiempos del teléfono fijo— Cuando por fin nos vimos, me regresó algunos discos y películas que le había prestado y me dijo sin rodeos el porque terminaba conmigo, algo así como que no estábamos en el mismo canal y que yo iba muy rápido y muy intensamente, aligeró el momento con algunas cualidades que le agradaban de mi y terminó diciéndome "Vas a ser un gran papá, cuídate mucho", me dejó un beso en la comisura de los labios y se fue... Vale solo dijo, "Esa Gaby, sabía cosas, obvio que eres el mejor papá" Aun hoy me sigo preguntando ¿Cómo por qué me dijo eso? ¿Cómo lo podía asegurar? ¿En qué se basó para tal sentencia? Nunca lo sabré, esa fue la ultima frase que le escuché y jamás volví a saber de ella, ni la busqué ni ella tampoco y estoy seguro que si la vuelvo a ver no nos reconoceríamos, bueno ella a mi sí, ella tiene una ventaja porque yo sigo teniendo el mismo modito de andar de toda la vida. 




miércoles, 22 de enero de 2025

No sabía que necesitaba sanar

¿Alguna vez has necesitado algo pero conscientemente no sabes que lo necesitas? Es confuso, pero por ejemplo, a veces pasa que necesitas descansar. El cuerpo pide de distintas formas que pares un poco y duermas más, pero uno no se da cuenta; incluso creemos sentirnos con más vitalidad hasta que colapsas y se pone feo el asunto. Tal vez ese ejemplo es muy obvio, pero habrá situaciones en las que no se sabe conscientemente que se necesita un remedio porque desconocemos el mal. Trataré de ser más claro; esta vez me refiero a un tema más del corazón, a una necesidad de sanar el alma y los sentimientos, y te voy a relatar un suceso peculiar que viví un fin de semana hace un par de años en una boda, siendo yo un simple invitado de una invitada.

Una boda bien cool, que comenzaría un viernes de abril con un brindis para los novios. Todo transcurrió bien, muy normal, pero ahí, entre unas cervecitas, risas y varias personas, una me llamó mucho la atención. Era un señor elegante de unos 70 años con un puro en la mano, un sombrero bastante coqueto; vestía una guayabera más que fina de color hueso, y con una expresión y una actitud como de alguien que no tiene pendientes para el siguiente lunes en una oficina y tampoco tiene ni una sola preocupación. Estaba con varias personas a su alrededor y él, platicando, sonriendo bien a toda madre, sosteniendo un vaso de whisky y un puro, ambos con una sola mano. Mientras seguía el festejo, solo pensé: si un día tengo su edad, así me quiero ver. Quiero tener ese porte y esa paz; así me fugué un buen rato pensando en un futuro imaginario, y neta que si un día llego a esa edad quiero estar así, con mi puro y un trago en la mano, rodeado de la gente que quiero.

La lluvia llegó y medio atropelló aquel íntimo festejo. Tuvimos que acomodarnos "apretaditamente" en un espacio techado, pero el ánimo no decayó; al contrario, se hizo más chingón. Solo por un breve lapso y tan tan a dormir, para estar chingones al otro día, con la preocupación de que no fuera a llover y estropear la boda. Eso no pasó; todo lo contrario, porque fue un gran festejo: elegante, precioso, despampanante. Que si una cervecita pa' la calor, que si una margarita de tamarindo para esperar, y de repente se abrió una barra de gins, ¡neta que chingonería de festejo! Fui por uno de cítricos y luego uno de frutos rojos, y otra vez, y así, y ooooots, que bien se estaba poniendo todo. El señor elegante de la noche anterior, obviamente, estaba ahí, a un par de mesas a la izquierda de la nuestra, lucía mucho mejor que en el brindis; el sombrero pequeño, la actitud seguían igual, pero ahora la guayabera era azul y yo seguía pensando lo mismo: qué chingón sería algún día verme así.

La fiesta siguió y se puso cada vez más chida. Yo entré en modo plática y la pasé a toda madre. De repente, y ya con algunas estocadas encima, se me metió en la cabeza que tal vez era buena idea presentarme con el señor, saludarlo, conocerlo, decirle lo que estaba pensando. No sé bien qué me dije a mí mismo para darme valor y hacerlo, pero lo próximo que recuerdo es que yo ya estaba en su mesa platicando con él y con quien yo creía que era su esposa.

Creo que tengo esa capacidad de poder entablar una conversación casi con quien sea y platicar de cualquier tema de una manera sana, sin ser mala copa, y esta vez no fue la excepción. Me presenté respetuosamente y le dije derecho que me parecía una persona bien elegante, agradable, y que algún día me gustaría verme así como él. Sonrió bien chingón con mi declaración; es más, hasta diría que me provocó cierta confianza, paz y hasta ternura. Me dijo que eso que yo le había expresado era el mejor halago que un hombre le puede hacer a otro. Lo tomó muy bien, me dio un par de consejos muy sinceros; entre varios, me sugirió que no me esperara a tener su edad para hacer lo que me gusta y ser feliz. Me presentó a su acompañante, que resultó ser su hermana. Yo le pregunté a él si nos podíamos tomar una foto; accedió muy amablemente. Le confesé que había pensado que la señora era su pareja y él soltó una carcajada. Después hizo arder su puro y me dijo que tal vez el secreto de la felicidad a esa edad era estar soltero, que lo tomara en cuenta, pues él ya no creía en el amor después de haberse divorciado cuatro veces. Fue una plática que duró muy poco, pero aún sigue en mi memoria como si hubiera pasado ayer. Nos despedimos con un abrazo, un apretón de manos, y me dijo su edad, 72 años, y su nombre, Jorge... y hasta ahí recuerdo; sé que agregó su apellido y algo más, pero en cuanto escuché su nombre, también sentí un balde de agua fría y tuve que regresar a mi silla para calmarme.

Te preguntarás: ¿a cabrón y por qué o qué? Pues resulta que yo tenía un pendiente casi casi desde que nací con un señor que también se llama Jorge, de igual edad, pero que nunca conocí. Sé de su existencia y supongo que él de la mía, pero nunca nos pudieron presentar por más que se hizo el intento. Entonces, cuando el señor elegante de la fiesta me dijo su edad y su nombre, me invadió la ansiedad incontrolable de estar ante una de esas bromas que de repente te pone la vida. Con las estocadas encima y con las ideas revueltas, yo creía que el señor Jorge con el que tenía un pendiente desde hace más de 40 años lo tenía a unos pasos de mí.

Lloré, me sentí muy vulnerable, me sentí un niño indefenso y no tengo claro cómo logré calmarme. Sé que mi acompañante no me dejó y que, lejos de sentir pena ajena o vergüenza, aguantó vara y me arropó bien chingón. No tengo claro qué pasó después; sé que tenía mucha incertidumbre y hasta miedo de que en verdad fuera el mismo Jorge. La fiesta continuó, el pastel, el baile, y de repente unos fuegos artificiales encendieron el cielo bien chido; los novios felices y yo, mucho más tranquilo, busqué a mi nuevo amigo, pero ya no lo volví a ver.

¿Qué pasó en realidad? Pues creo que fue una casualidad para sanar algo que no sabía que debía sanar. Hoy pienso que simplemente fue una casualidad bien chingona para trasladar un vacío emocional, una herida de abandono a una persona que sirvió de enlace, como un avatar para que yo pudiera soltar y dejar ir. Lo fascinante aquí es que ese avatar tenía el mismo nombre que el señor de mi pasado. Creo que al final sí fue una broma de la vida para que me quedara claro lo que estaba experimentando. Esa noche, sin planearlo, pude decir: no me debes nada, don Jorge, lo que es más, ni rencor siento; nunca lo he sentido y neta hasta creo que entiendo por qué pasó lo que pasó entre nosotros. Y también siento que fue como un adiós de la vida, como un no te preocupes si algo tenía pendiente conmigo, ya está, ya quedó, ve en paz.

Días después supe que eso que experimenté de manera fortuita tiene un nombre: se le conoce como constelación familiar, solo que normalmente se planea, se desea y se hace con un grupo que lleva una guía. Son una especie de técnica terapéutica y sirven para entender cómo los eventos y relaciones de nuestra familia pueden influir en nuestra vida actual. Es como si nuestra familia fuera un rompecabezas, y cada pieza (abuelos, padres, hermanos, etc.) tiene un papel importante en la forma en que nos sentimos y comportamos. La práctica de las constelaciones familiares es una técnica terapéutica que se basa en una combinación de conceptos y teorías de la psicología, la filosofía y la espiritualidad. Sin embargo, su fundamento científico es limitado y controvertido. Pero la práctica de esta terapia implica creer en la existencia de un "campo morfogenético" o un "campo de resonancia" que conecta a los miembros de una familia y permite la transmisión de patrones y energías. Esta idea no tiene mucho fundamento científico sólido y al final es más una cuestión de fe o una creencia espiritual. Como sea, hoy creo que he disfrutado y aprendido mucho de la vida gracias a la fe y a ciertas casualidades, como la de encontrarme a don Jorge en aquella boda. Sigo pensando que si llego a los 70 años me gustaría verme así de bien. A mis 42 creo que ya pude resolver ciertos patrones y conflictos que me han convertido en un hombre sin rencores ni apegos emocionales. Hoy me siento libre del corazón y del pensamiento, e intento seguir lo que dijo aquel señor en la boda: no esperar para hacer lo que se me inflame y ser feliz ahora. Al otro Jorge, bendiciones donde quiera que esté.

domingo, 19 de enero de 2025

Instrucciones para dejar ir...

Primero y muy importante, tener algo para dejar ir, ganas de dejarlo ir y harta fuerza de voluntad. Ya sea a alguien o algo, por ejemplo, yo debía dejar ir los rolecitos de canela, lo sabía, sabía que esas madres todas deliciosas, esponjositas en su paquetito de seis y acompañadas con un café expreso recién hecho para equilibrar lo dulce, me estaban multiplicando los triglicéridos a niveles ya preocupantes, pero no podía lograrlo; era como si un impulso involuntario me obligara a tomarlos del enorme anaquel donde los exhiben sin darme cuenta. Como en todo, los extremos son lo malo... La enseñanza solo es que me hacía daño y me preferí a mí sobre el placer de comer un simple pan; es decir, lo reduje a su mínima expresión y ALV, ya no era el delicioso pan de canela con pasitas, todo esponjoso y delicioso, solo es un vil pan y ya está.

A esta edad, que ronda los 43, ya hubo muchas más cosas que tuve que dejar ir por mi bien, y sin andar penando o buscando sustitutos, o cosas parecidas. Para mí, las personas, cosas, objetos, gustos y disgustos son como son y no hay nada que se les parezca o reemplace, aunque te digan lo contrario, qué tal eso de buscar cosas que emulan las carnes rojas; pienso que si ya has decidido dejar la carne y ser vegetariano, no le veo el sentido a buscar salchichas de soya o jamón vegetariano o "carne" hecha a base de quién sabe qué polvos y colorantes para emular algo que se supone ya no quieres consumir. Ya está, lo dejas y punto, no sé qué se le deba hacer a algunos vegetales para que sepan a tocino. Creo que todo eso hace más daño que comer un corte de carne, cada quien, pero por ejemplo: eso de buscar una leche que no sea leche, pero que se le parezca, pues como que no. Será que nunca me pude adaptar o que no tuve suerte, pero ni una de almendra, ni una de soya, ni una de coco nunca serán lo mismo que una lechita lala "fresca", fría, bañando unos "corn pops" en la madrugada, la neta. O remojando unas galletitas Marías hasta que queden aguaditas, todas deliciosas. Si te gusta el café con leche, es con leche de vaca, evaporada, condensada, entera o deslactosada, hasta en polvo, pero neta no sabe chido con ninguna de las que pretenden ser leche y solo terminan siendo agüita guanga de lo que se les ocurra, y para mi la de almendras es la peor. 

Pero bueno, de nuevo, cada quién. Volviendo al tema de la lechita, cuando tuve que dejar los lácteos fue porque ya no procesaba chido la lactosa y me dejaba los intestinos inflamados como perrito de carretera. Y no es exageración; producía muchos gases y es por demás decir lo bastante incómodo y desagradable que es eso. Entonces, de un día a otro, no más leche de vaca, de ninguna. Y otra vez, la enseñanza solo es que me hacía daño y me preferí a mí sobre un gran vaso de leche fría o un delicioso queso provolone cubriendo una lonchita de jamón serrano en un pan de masa madre con aceitito de oliva, o un poco de ensalada de espinacas sobre queso, mucho queso parmesano —Eso es lo que tal vez más me ha dolido dejar ir, los pinches y deliciosos lácteos—

Luego, por si fuera poco, tanta dejadera, un día tuve que dejar ir lo que tal vez ha sido lo más peligroso —más peligroso que el alcohol, que ese digamos fue pura casualidad que nos olvidamos a tiempo, ni me extraña ni yo a él, nada. Bueno, ni a mi whiskey que sacaba del congelador y que saboreaba los viernes después de una semana pesada, ni ese extraño—. Lo que considero fue lo más peligroso fueron los putos chiles guajillos, del que pica y del que no —Sigo creyendo que eso es un chisme sin mucho fundamento—. Para mí son iguales ambos y no sirven para algo grandioso más que para pintar los platillos y hacerme daño y ya está, esa es toda su función. El pedo es que se le pone a lo más delicioso que hay: el pozole, la birria, los mixiotes, el mole, la pancita o las enchiladas michoacanas que hace doña Ceci. Pero insisto, el guajillo no siento que aporte gran sabor y o sea, un ingrediente tan chingón, insisto que solo sirve para ponerle un tono rojo precioso a los platillos y para que me dé un reflujo del infierno. Tardé en descubrir qué era lo que me provocaba ese mal tan horrible; la primera vez que lo conocí coincidió con una visita al restaurante godín por excelencia, Casa de Toño. Y yo, siendo alguien que le gusta comer y odia desperdiciar su hambre con cualquier platillo, esa vez me pedí un pozole grande con cabeza y maciza para festejar el cumpleaños de quién sabe quién en la sucursal de Cuajimalpa centro, esa que está frente al Walmitar. Nunca lo olvidé, o sea me supo bien chingón, pero pagué las consecuencias en la madrugada cuando me despertó de golpe una sensación de quemazón en la garganta por un líquido que brotó de mis entrañas y que no me dejaba respirar. Por más que gruñía y trataba de jalar aire, es horrible sentir que no puedes respirar, que nadie puede hacer nada y que solo es un sustote para todos. Pareció una eternidad y, de repente, poco a poco, pude recuperar el ritmo de respiración y la paz. Eso me pasó muchas veces y no tenía claro qué era lo que lo provocaba. Después de mucho andar de doctor en doctor, descubrimos que era en parte el azúcar con grasa como el de las putas donitas bimbo, las espolovoreadas esas y principalmente ese pinshi chile lo que me tenía así. Solo ese, ni los chipotles, ni el ancho, ni el morita, ni los de árbol, ninguno me hace el daño que el guajillo, que hasta el nombre es medio pinche. Dolió porque me encanta comer de todo; hasta las ansias me saben rico. Ahora lo evito a toda costa y hasta donde es posible. Si por andar de metiche o en alguna invitación alguien me ofrece un pozole o una birria de comer, mi educación no me permite ponerme mamón. Hay quienes me conocen la patita de la que cojeo y me procuran un plato sin chiles rojos, pero si es inevitable, pues lo como y, después de postre, bebo un sobre de una cosa asquerosa que se llama riopan o algo así. Y no, no vale la pena; el contenido de ese sobre es como si exprimieras un insecto gordo y feo y comieras sus entrañas. Neta que no vale la pena ofender un pozole con tremendo remedio. Siendo un amante de la cocina, he tenido que buscar maneras de cocinar sin que me provoque un mal y por eso digo que el guajillo ni va ni viene; lo que he cocinado que supuestamente debe llevar ese chile no le ha hecho falta. Además, un pozole blanco estilo Guerrero queda delicioso con una salsita macha por aparte. Y nuevamente el aprendizaje fue que me preferí a mí antes que un molito con huevitos estrellados para el desayuno, por poner un ejemplo de muchos.

En fin, todo esto para tratar de explicar que dejar ir debería ser mucho más fácil de lo que parece. En mi caso, solo entendí que ya no más; por más que lo quisiera, o sea, no había una forma de hacer que la leche no me hiciera daño, o ciertas comidas. No es como que un día, en la madrugada, extrañando a mis roles de canela les hubiera mandado un mensaje de voz llorando y rogando que cambiaran para que ya me los pudiera comer como antes sin que me hicieran tanto mal. Nunca le rogué al pozole o al molito que ya, por favor, recordaran tantos bellos momentos que vivimos juntos en tantas fiestas y excesos, que volviéramos, que yo iba a poner también de mi parte para que todo funcionara de nuevo. ¡No! Eso no pasó primeramente porque hubiera parecido un subnormal retrasado y segundo porque lógicamente sé que no tienen la capacidad de cambiar, son como son y ya está; se acepta y se continúa como si nada, como si nunca. Lo mismo debería ser con los rolecitos de canela y los pozolitos con patitas y corazón y miradas preciosas, solo que esos sí pueden responder los mensajes y las llamadas, o las indirectas, y es ahí donde todo se quiebra porque creemos tener la capacidad de hacer que la situación cambie y, pues no es así. Simplemente solo deberíamos priorizarnos, querernos más y aceptar que nunca volverá a ser lo mismo; preferirnos a nosotros mismos y cuidarnos, y en una de esas, hasta nos damos cuenta que también somos o hemos sido una birria enchilosa con patitas y mirada sexy para alguien más y le hacemos mucho daño.




miércoles, 25 de septiembre de 2024

Instrucciones para preparar un buen "Carajillo"

Hace un buen rato que dejé un "muchito" el alcohol, fue por voluntad o por miedo, no sé (pero sí sé, nomás que no quiero decirlo). Descubrí que, en realidad, es una sustancia tóxica que entra a tu cuerpo y causa mucho daño, y no hay ningún tipo de destilado o fermentado que tenga "beneficios para la salud", ninguno. Todo lo que se dice son medias verdades envueltas en grandes mentiras. Por ejemplo, para poder ver los "beneficios" de beber vino tendrías que tomarte litros y litros para medio notar algún beneficio, solo que para ese entonces, tu hígado sería más un chicle masticado olvidado al rayo del sol que un hígado de verdad.

Entonces, creo que lo más chingón sería tenerle respeto al "chupe". Creo que, teniendo en cuenta lo que sé, solo me resta aceptarlo y disfrutar de vez en cuando de un buen trago. Reservo mis permisos para un mezcal con mi padre en momentos en los que naturalmente va bien un chingadazo de fuego acompañado de su plática. Otro permiso es para una cerveza con mis hermanos mayores —El problema es que ellos no son de una chelita, sobre todo mi hermanita, la "más mayor"—. Pero yo me atengo a una, y al igual que con mi papá, disfruto su compañía y una buena plática. Creo que los momentos con el alcohol son más entrañables justo por la atmósfera alrededor que por el sabor del alcohol en sí. —Tengo historias bárbaras de un par de pares de veces... tal vez un poco más, en donde se me pasaron las cucharadas y, la neta, sí me arrepiento—.

Otro momento que tengo permitido es para mí, y realmente son situaciones especiales donde puedo darme chance de beber lo que me gusta y que me pone alegre. Es decir, no bebo un mezcal o una cerveza cada que veo a mi papá o a mis hermanos. Ese momento conmigo es en mi cumpleaños o en algún festejo muy especial, y es meramente por los tragos de señora madura, empoderada, feliz y plena. Es una tontería describirlos así, pero creo que la mayoría del público consumidor de esos tragos coquetos son señoras. Se dice y no pasa nada, aunque el alcohol no tiene género ni preferencias, y agarra parejo. El punto es que me gustan mucho las piñas coladas, la sangría, el clericot y los carajillos... Estos últimos por sobre todo lo demás. Después de una cena, no sé por qué, pero de verdad que cae perfecto. No sé si disfruto más del ritual de preparación que del sabor en sí o todo junto, pero neta que rico es.

Pero ¿qué es un carajillo? Por si no lo sabes, el carajillo es una bebida que combina un café expreso con alguna bebida alcohólica, generalmente con licor 43, pero también se prepara con coñac, ron, whisky o hasta mezcal. Por lo regular, se sirve en un vaso pequeño con hielos.

Es delicioso, y no hay ninguna forma en que pueda transmitir ese gusto, solo invitándote a que lo pruebes o haciendo una cata de carajillos. Los probamos juntos y vamos viendo e intercambiando opiniones, porque hay mil formas de prepararlo, con diversos ingredientes: que si canela, que rodajas de naranja flameadas, que si chocolate... Como todo, el límite es la imaginación. Siento que es mi trago favorito, y está reservado para momentos realmente especiales, como cumplir años, o sea, que lo bebo muy pocas veces al año.

¿Qué es lo que lo hace especial? ¿Acaso será un buen café? ¿El licor? ¿Los hielos? ¿El vaso old fashion? ¿El mesero? ¿La "shakeada"? ¿El lugar, la hora o la compañía? No sé con exactitud, pienso que todo lo anterior por separado no sería para nada parecido a un buen carajillo. Siento que es una excelente analogía de cómo empatamos en la vida con alguien para formar algo maravilloso, increíble, inolvidable e irrepetible. En esta receta imaginaria de carajillo, yo sería un buen café: rico, aromático, caliente, con notas de chocolate y algo de cítricos, y que por sí solo estoy muy a toda madre en mi pequeña tacita. Funciono perfecto, pero con la compañía exacta y perfecta de un licor voy a funcionar mejor. Alguien es ese licor, y creamos el mejor carajillo, por el momento exacto que nos hemos mezclado, y porque el vaso donde nos fusionamos está hermoso y muy reluciente con la cantidad exacta de hielos.

Y así se forma el mejor carajillo que alguien pueda probar. Y el lugar, la hora y el momento es lo que nos hace creer que somos único e irrepetibles, pero seguramente, mientras yo siga siendo ese café especial de calidad, tueste medio, aromático, podré intentar convertirme en un delicioso carajillo nuevamente. Siento que si mantenemos nuestra identidad y nuestra esencia, siempre podemos mezclarnos bien chingón con nuevos licores, en nuevos vasitos y con otros hielos...

Supongo que el licor tiene la obligación de hacer lo mismo.

En fin, seamos siempre un buen licor 43 o un buen café, listos para formar el mejor carajillo de nuestras vidas.
















viernes, 6 de septiembre de 2024

Instrucciones para lavar los trastes...

Instrucciones para lavar los trastes

Primero y muy importante: tener trastes sucios es indispensable. Segundo, una voluntad sobrehumana de realizar esta práctica o que el destino lo haya alcanzado y no tenga ni un solo vaso limpio. Lo siguiente es conseguir una motivación extra a la urgencia; yo recomiendo poner una selección de canciones hecha por usted, asegurarse de que sean directamente proporcionales a la cantidad de trastes que va a lavar. Asegúrese también de que le den pila, no recomiendo el azar porque generalmente los aparatos digitales ponen lo que su chingada gana se les da, y es una monserga intentar cambiarle con las manos llenas de jabón, incluye a Alexa. Luego uno parece subnormal gritándole a una inteligencia artificial como si de verdad se tuviera un vínculo familiar con ese robot.
Ahora sí viene lo chingón. Aquí puede ser muy opcional y mucho dependerá de si alguna vez ha lavado o no trastes. Yo uso jabón en polvo y es así desde que me acuerdo: es muy práctico y es biodegradable, y ya con eso es razón suficiente. Vacío un poco en un recipiente y listo. No uso agua ni nada, la fórmula ya tiene lo necesario y neta que no le hace falta nada —vamos a lavar trastes, no vamos a lavar un motor—. He visto que le ponen un chorrito de cloro, que su limón partido en cuatro, que vinagre, que una bolsita de té y varias cosas más; cada quien, pero en serio, de verdad que no le hace falta nadota. Lo principal es que el recipiente del jabón prevalezca lo más seco y limpio todo el tiempo.
Esto comienza así...

Lo mejor es tener orden en el lavatrastes, fregadero o lavadero; o tina, o donde usted los vaya botando después de ensuciarlos. Y es aquí donde doy pauta para insertar el verdadero propósito de este instructivo. Pienso que es una analogía bien chingona de nuestro comportamiento ante cualquier discrepancia, sobre todo en una relación o un vínculo emocional, y creo que esta metáfora aplica muy bien. Justamente, tener ordenados los trastes para lavarlos es igual a tener ordenados los pensamientos y argumentos para poder contrastarlos en una disputa. Dejar que se acumulen tantos resulta en algo difícil de controlar, y amontonados sin cuidado es peor porque no sabremos por dónde comenzar. Yo hago todo a mano limpia, sin guantes —a mí los guantes me provocan salpullido e irritación—. No necesito ayuda ni nada de eso. Voy tomando mis trastes y los voy limpiando, retirando los restos de comida con la mano y un poquito de agua antes de pasar la fibra, por cierto mi fibra tiene dos superficies: una suave por un lado y una más dura y áspera por el otro, y la uso dependiendo de la gravedad del asunto.

Casi siempre, y procuro que así sea, solo he usado el lado más suave. La tomo y la coloco sobre el jabón, y con lo que se le adhiere con eso voy lavando cada traste. Así es como mantengo el jabón limpio. Si por alguna razón descubro que hay una traza de cebolla o algún otro resto de comida o que la hay agüita y ya se mira algo turbia, lo reemplazo de inmediato. Creo que es igual con una diferencia: no me gusta hacer uso de groserías ni mezclar o generalizar las cosas. Siempre es mejor ser claro y directo, pero con empatía, sin necesidad de usar el lado áspero de la fibra para defender un punto o terquear a la hora de querer solucionar un problema.

A veces es mejor ir lavando los trastes conforme se van ensuciando, porque es inevitable y es algo que no tiene explicación. Pareciera como si los trastes se reprodujeran entre ellos. Yo he dejado mi fregadero limpio con el trapo colgando del grifo en señal de victoria, y a la mañana siguiente ya hay platos, vasos y cucharas. Y estas últimas son insoportables a la hora de lavarlas, y no sé qué lugar ocupan en esta metáfora, pero son odiosas porque parecen interminables al momento de irlas bañando.

Es inevitable que los trastes se ensucien, así como es inevitable discutir o tener una confrontación. Pero si tenemos orden y claridad en las ideas, es igual a no tener una montaña de trastes sucios con restos de alimento pegados. Siento que lo mejor es irlos lavando conforme se ensucie algo, pienso en mi vaso de licuadora después de hacer un licuado de plátano con avena, si lo lavo inmediatamente después de usarlo es mucho pero mucho más sencillo que si lo dejo ahí hasta el final del día, y también este recipiente requiere una técnica precisa que involucran desarmarlo completamente y lavar a consciencia cada uno de sus componentes porque no está chido tomase un licuado de lo que sea con sabor a guajillo o salada verde, es lo mismo con los temas que uno medio sana en alguna discusión, que solo los va pateando. 
Lo otro recomendable es ir acomodando sus trastecitos conforme se ensucian, por si no hay tiempo de hacerlo inmediatamente. Que si plato sobre plato, que si los vasos a un lado y los cubiertos en otro, que si enjuagarlos o dejarlos con un poquito de agua para que sea mucho más fácil darles su bañadita. Que no juntar lo que se ensució poquito, solo por un té o un café, con los de las enmoladas o con los del tiradero que se hace al preparar milanesas. Los primeros son similares a atender un problema leve, como un malentendido, una mala broma, pero a veces los dejamos pasar como si nada y luego se juntan. Algo que se pudo limpiar en chinga se ensució de grasa y mole, y todo se hace un batidero, igual a cuando no resolvemos pequeños problemitas que se acumulan y cuando todo revienta, no hay control. Y siempre, siempre las cazuelas o la olla express se lavan al último, como los temas más difíciles. A veces lo mejor es dejarlos remojando una noche, y al otro día, con más calma y la cabeza fría, será más fácil dejarlos limpios.
En fin, todo esto lo reflexioné justo mientras lavaba mis trastes. Siento que ese es mi momento de meditar y donde hablo conmigo, donde discuto conmigo y hasta donde me regaño. Casi siempre es donde decido qué voy a preparar de comer o lo que diré en posibles discusiones que nunca llegan, pero que por si acaso ya tengo respuestas. Sin tema, puedo decir que de verdad me gusta lavar los trastes. Estar en acción, pensando, es mi mejor manera de meditar; el silencio no me ayuda mucho para lograrlo, pero frente a una pequeña montaña de trastes me han llegado muy buenas ideas. Si has leido hasta esta parte, diré que todo lo anterior fue un resumen de cómo me siento hoy que cumplí mis primeros 42 años de vida. Tal vez no estoy donde pensé o como me imaginé, pero sí estoy en un punto donde siempre había soñado estar, y eso me pone muy feliz. Recibí un regalo increíble: mi máquina para preparar café delicioso, porque la que tenía decidió jubilarse justo el martes pasado, y usar la nueva me puso muy feliz. Quien me conoce sabe que mi día no comienza sino hasta después de mi primer sorbo de café. También recibí llamadas y mensajes bien chingones de la gente que más quiero, y noté que ya no llegaron ni llamadas ni mensajes de gente que decidió desaparecer, pero eso no merma el ánimo, todo lo contrario.
Gracias por un año más de vida, gracias por los mensajes y llamadas.

Con razón...
¡Qué linda estuvo la mañana del viernes!