Instrucciones para pelear...
O sea, no es que yo sea el más chingón para dar una cátedra de cómo iniciar una pelea o de cómo pelear por todo, la verdad es que es todo lo contrario. Pero si el título de esto hubiera sido "Instrucciones para no pelear", pues como que no causaría mucho interés que digamos. Lo he intentado, eh, he sido belicón a veces, pero no me sale hacerla de pedo por todo y por nada. Y vaya que tengo ejemplos de sobra para haber sido súper pedero. No es que sea el tipo más zen del mundo y que nada me cause enojo, nada más alejado de la realidad. Sí hay dos, tres cositas que me crispan los nervios y me hacen enojar, pero no me detono y, por lo regular, sucede con cosas inanimadas, como cuando la computadora o el celular no obedecen, o como cuando al cascar un huevito para prepararlo frito, con la yemita líquida para después reventarla con un delicioso pan, esta se desmadra antes de tiempo y, además, el puto cascarón se hace pedacitos y algunos terminan sobre mi huevito, perdiéndose camuflados con la clara, que para ese punto ya comienza a cocerse. Eso sí me emputa nivel Super Saiyajin, pero se me pasa rápido. Seguramente hay otras cosas que me hacen enojar, pero no son tan relevantes y, además, no es lo que quiero contar.
Hoy quiero hablar de esos corajes y pleitos que se dan con algún ser humano: que si con tu pareja, que si con tus hermanos o tus papás, o con los tíos. —Esas con los tíos o tías son las peleas chidas, eh, más con las tías. Las he visto de cerca y se ponen buenas—. O sea, no tiene que ser un pariente, sin embargo, creo que entre más sangre y genes en común haya, la pelea se pone más chula. De esas veces que te dicen una y tú les dices cuatro, y hasta de lo que se va a morir. Yo a veces quisiera saber hacer eso, pero la realidad es que no estoy capacitado y, cuando quise jugarle al león, no me salió. Terminé arrepentido o, a veces, con un sentimiento de culpa y autorreproches porque yo no soy así. Tengo algunas que les quiero compartir para ver si me doy a entender mejor...
Recordé una anécdota del trabajo. Era una junta virtual en tiempos de pandemia, la junta de marketing de los lunes. Varias áreas involucradas para revisar pendientes y estrategias de la semana: que si los de compras, que si los de ventas y los de diseño, o sea, yo. De repente, salió un pendiente que llevaba varios días de retraso. Una directora de una destacada área pedía respuestas a las chicas de marketing y cada vez se ponía más tenso el ambiente. Por más que se le daban razones, la directora no las aceptaba y estaba haciendo que esa reunión fuera muy incómoda, aun siendo virtual. Y justo ahí entro yo, bien seguro, interrumpo y suelto algo así como:
—¡A ver, ya! No vamos a llegar a nada, dejemos de terquear y pasemos a lo siguiente.
En mi cabeza sonaba bien chingón y muy coherente, pero creo que a la señora no le gustó tanto. Otra chica de su área soltó un firme y contundente:
—¡Saúl, o sea, ubícate! Le estás diciendo terca a una directora.
Y, para hacerlo más dramático, la directora se salió de la reunión diciendo algo así como que ella no estaba para que se le tratara así, entre otras razones, y la junta se terminó por mi culpa. Pero neta que en mi cabeza sonó bien contundente, y un poco quería hacerle notar que ya se estaba extralimitando con sus palabras hacia mis compañeras. Obvio no quedó ahí, eso se platicó en otras áreas. Recibí un correo y una llamada de mi jefa, pero no para regañarme en sí, la sentí como incrédula de que yo hubiera reaccionado de esa manera. Fue algo así como:
—¿Qué? ¿Saúl, Saúl, nuestro Saúl dijo eso? ¿Pues qué pasó? ¿Qué le hicieron?
No me siento orgulloso de esa intervención. Sí me arrepentí y, aunque no pasó a más, sé que no estuvo chido.
Otra que me marcó fue una peleita de familia. No puedo decir mucho al respecto porque es algo muy fresco aún. Solo sé que, por andar de MadreArdiendo y salir a la defensa de una tía, me quedé sin algunos primos. Ella pidió paro, por así decirlo, se sentía vulnerable y amenazada por sus propios hijos. Entonces, yo me sentí bien chingón y con la responsabilidad moral y la obligación de tirar paro a mi indefensa tía. Actué como se hace en estos tiempos modernos: saqué a los rijosos del chat familiar "Los Parientes", les escribí un bonito pero contundente mensaje que seguramente no les gustó y trajo disgustos. Algunos mensajes fueron algo fuertes y, si me preguntan ¿por qué me metí en ese tema?, hoy no sabría dar una respuesta coherente. Me arrepiento bien cabrón de haber actuado con las tripas. Recuerdo mucho que ellos me dijeron algo así como que yo desconocía ciertas cosas y no sabía realmente toda la historia. Y sí, era cierto, no tenía por qué actuar como lo hice. Al final, la tía pudo resolver sus problemas con sus hijos y hoy todo está bien, y eso me da gusto. Nomás yo perdí unos primos y al children me caían muy bien. Tengo muy buenos recuerdos con ellos, muchas risas sin saber tanto de cómo era su vida realmente. Nos veíamos pocas veces al año, pero eso estaba chingón así, hasta que a mí se me ocurrió discutir y ser vengador sin estar capacitado para ello. Una vez más comprobé que el amor de la familia siempre es menos estorboso con la distancia y con el desconocimiento de algunas cositas.
Ahora sí, la peor, de la que más me arrepiento. La pelea más absurda fue con mi mamá. Digamos que, en términos de soportar, no soporté. Decidí ofenderme y hacerme la "vístima", todo por unos tatuajes. Ella tiene ideas muy radicales al respecto, para ser claro, no le agradan nada, y a mí no me gustan, a mi me eeeeeeeeencantan, entonces en una reunión familiar se abordó el tema del elefante tatuado en la sala, o sea, yo con un tatuaje enorme en el pecho y los brazos. Entonces, de repente, por una parte estábamos los tatuados y por otra los no tatuados, y en medio, mi orgullo y mis sentimientos al escuchar a mi jefita y a mis primos con argumentos que no podía procesar. Decidí sentirme mal y decidí sentirme ofendido, y cuando acabó el desayuno y me senté en mi auto, lloré, sentí que no supe defenderme, que debí haber dicho más y mejores argumentos que hasta ese momento me iban llegando. ¿Ya para qué?, eso siempre me pasa, mis mejores respuestas y respuestas a sus posibles respuestas me llegan cuando ya no estoy discutiendo con nadie.
En fin, como ya quedó claro, no soy bueno discutiendo con nadie. Decidí hacerle una carta a mi madre donde le expuse mi sentir por sus palabras y su actuar, pero antes de esto, la evité mucho tiempo, como si hubiera una ley del hielo, y fue muy estúpido de mi parte. Era como si algo dentro de mí me dijera que debía estar enojado y, siendo relativamente muy cercanos mi madre y yo, obviamente que lo notó y me preguntó qué me pasaba, y fue cuando aproveché para enviarle mi carta.
Se los cuento y me dan ganas de llorar porque sé que le dolió mucho que me alejara de ella, no estuvo bien. Así estuve varios meses resistiendo algo que realmente no era mío, yo no soy así, pero no podía soltarlo hasta que un día mi padre tocó mi puerta, había invitado a mis hermanos a una reunión, y él llegó con ellos. Nunca lo había visto tan preocupado, y siendo como es él, fue directo y, de nuevo, se abordó el tema del elefante tatuado en la sala, o sea, yo y mi berrinche de "adulto". Me dijo algo que me dobló por completo: "La jefa es la jefa". Sentí sus ojitos llorosos, y eso que mi papá es de los hombres que no llora, lo he visto así dos veces en la vida.
Me compartió una anécdota que él vivió con su mamá, donde él la hizo sentir muy mal y cómo lo superó, y eso me hizo reflexionar sobre mi actitud y mi comportamiento. Después de eso, fui con mi mamita chula, y ella no dijo nada, solo lloró y me abrazó muy fuerte. No había nada que decir.
Epicteto dijo: "Estamos heridos solo en el momento en que así lo pensamos". Por un lado, uno cree que te pudieron haber hecho algo super hiriente, te maltrataron, te insultaron, te traicionaron o cualquier tipo de ofensa que se te ocurra. Y es como un pensamiento muy válido decir: "¿Cómo no me voy a sentir lastimado?". Y pues puede ser, pero también tampoco.
Existe un pensamiento en la filosofía estoica que es muy válido, que dice que cualquier emoción que tengas te pertenece solo a ti. Nadie te puede hacer sentir enojado, nadie te puede hacer sentir triste, nadie te puede hacer sentir nada en contra de tu voluntad. Esa es una decisión que tú, consciente o inconscientemente, tomas. Es decir, las emociones necesitan de nuestro permiso para existir. Entonces, si yo soy su único amo, son enteramente mi responsabilidad.
Epicteto también dijo: "Si te sientes ofendido, date cuenta de que eres cómplice por el hecho de sentirte ofendido". No es la ofensa lo que te lastima, es lo que tú piensas de la ofensa, lo que realmente te duele.
Hay momentos en que es difícil evitar que nos gane este tipo de mentalidad de víctima y decimos: "¿Por qué voy a asumir la responsabilidad de las acciones negativas que alguien más me hizo?". Pero la respuesta es simple: porque si no asumimos nuestra porción de responsabilidad sobre nuestras emociones, básicamente le estaríamos dando a esa persona las llaves sobre el único poder que realmente tenemos en la vida, el control sobre nosotros mismos, sobre nuestras emociones y nuestros pensamientos. Y eso es algo que no se le debe dar a nadie.
Hoy me siento más capacitado para evitar una pelea absurda. Soy más empático para todo. No sé si esté bien o mal, pero eso me ha permitido ver la vida de otra forma.
Se necesita más energía para mantener un coraje que para dejarlo ir.
Además, esos pinches malos sentimientos y rencores ocupan mucho espacio en nuestro disco duro interno, y no vale la pena.
Lo mejor es no evitarlos, sentirlos… y a la papelera de reciclaje.
Así ahorramos espacio para los buenos recuerdos.