jueves, 15 de mayo de 2025

El mejor maestro.

Es muy común encontrarse —o saber— de familias en las que la mayoría de sus integrantes comparten una misma profesión. A veces por costumbre, otras por admiración, incluso por casualidad… pero muchas tantas porque así toca, y ya.

Así como hay familias de abogados o médicos, a mí me tocó una familia de profesores. Excelentes profesores: tíos, tías, mi hermana y mi papá, que dicho sea de paso, aparte de ser mi maestro de vida, fue mi maestro de matemáticas en la secundaria. De hecho, lo poco que aprendí de números se lo debo a él.

Tengo muchas historias de mi padre siendo mi maestro —esa dualidad fue muy extraña—. Me llevaría un buen rato escribirlas, pues fueron dos ciclos en los que me dio clases. Puedo decir que recibí miles de propuestas de algunos de sus alumnos para cambiar calificaciones finales, o para que intentara persuadirlo de no reprobarlos. Todo esto a cambio de dinero. Jamás lo hice. Eso era suicidio. Mi papá tenía todo en la mente: podía perder sus listas y no pasaba nada.

De lo más destacable que recuerdo fue un día en que llegué tarde a su clase. Pero también… ¿a quién se le ocurre poner matemáticas después del descanso? Me atreví a llegar tarde porque me confié. Nunca creí que me negaría el acceso. Es mi papá, pensé. Por diez minutos no pasa nada.

Solo que estaba omitiendo una pequeña aclaración que él hizo al respecto el primer día de clases. Recuerdo que —palabras más, palabras menos— dijo:
“Como algunos de ustedes saben, en esta clase está mi hijo. Pues bien, este hecho no cambia en absoluto mi comportamiento: él es y será un alumno más. No hay privilegios ni consideraciones especiales.”

Entonces, esa mañana llegué bien fresco a la clase, me pasé como si nada y solo escuché un fuerte:
—¿A dónde?

Me puse nervioso. Me sentí observado. Y sí… todos mis compañeros habían volcado sus miradas hacia mí. Solo pude ver que me señalaba su reloj, y entendí perfecto que no podía entrar.

Al final, no pasó de que me negara el acceso a su clase, que me pusiera tarea extra en casa —obvio, de más matemáticas— y que mi madre me regañara.

¡Felicidades a mi papá! Por mucho, el mejor profesor que he tenido.

Por cierto, que puntería tuvo mi madre que un día como hoy pero hace ya varios años, varios, le dio como regalo el nacimiento de mi hermano, feliz cumpleaños carnalito...

Y felicidades a ti hermanita hermosa, que has decidido seguir sus pasos, yo aún tengo esa espinita, y quién sabe… Tal vez algún día me atreva a hacerlo.

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