viernes, 1 de diciembre de 2023

No es lo mismo ser el borracho que ser el cantinero

No es lo mismo ser borracho que cantinero...
Yo creo que es mi frase favorita, o al menos es la que ahora más me define en algunos cuantos sentidos de mi juventud tardía...
Y es que aplica para casi todo, sobre todo a falta de empatía porque es triste ver que a veces hasta parece que se disfruta saber que alguien la pasa mal con nuestras acciones, pero así es este jueguito mecánico de feria de barrio montado en tablitas, todo hechizo y tambaleante llamado vida que, por fortuna, da y da un chingo de vueltas, en unas estamos arriba y otras abajo y no pasa nada, y no tiene nada que ver con el karma, porque creo que ese es asunto de otra ventanilla y cada quién sus deudas; si la hiciste, chance y te pase que el destino te la cobre igual...
Pero antes de que divague más y se me vaya la inspiración, esto de que no es lo mismo ser borracho que cantinero lo tengo más presente ahora, creo que es porque ya estoy algo vividito y es que aunque Dios me hizo con carita de "yo no fui", pues yo sí fui varias veces, se dice y no pasa nada, con amigos, novias, maestros, mis hermanitos y un largo etcétera, sobre todo por allá en mi adolescencia. Bueno, para qué ser hipócrita si hice varias desde morrito, pero varias y chidas, y es que uno se acuerda, y más hoy que soy papá de una preadolescente y que comienzo a ser el cantinero, ya no está taaaaan chingón, o sea, la borrachita que me tocó no me ha hecho ninguna memorable aún, pero como yo sí fui bárbaro y dicen que se parece más a mí que a su santa madre —Mujer, chingona y ejemplar de todos mis respetos—, pues da miedo, porque insisto, yo sí fui varias veces...
Por ejemplo, decía a mis cantineros que llegaba o me reportaba por cualquier cosa, sobre todo los viernes, y no lo hacía, ni llegaba y muchas veces ni hablaba, decía que iba a un lado pero me iba a otro, pedía varo para un libro que de repente y de la nada se convertía en brebaje helado sabor cebada y otras más, o como cuando me fui a mi primer concierto, y esa es la que voy a desmenuzar hoy porque esa anécdota tal vez es la más loca hoy veo fríamente que por la emoción, creo que me expuse un chingo muy inconscientemente, la neta... Pasó así: mi grupo favorito de ese entonces, Limp Bizkit, venía al Palacio de los Deportes, en esos días para mí era imposible pensar en ir desde mi pueblito hasta el otro lado de la ciudad, no había forma legal con mis cantineros de conseguir dinero y permiso; 8 de mayo del 2001, $500 pesos el boleto, 8 PM. Soñaba con poder lograrlo y era un panorama muy cabrón porque para nada es como hoy que desde el celular puedes comprar boletos, en ese entonces, tenía que ir hasta la CDMX a un centro Ticket Master con dinero principalmente, que no tenía, del permiso, pues ya vería, pero no juntaba los centavos y tampoco es que hubieran durado mucho los boletos, se agotaron en muy poco tiempo y aunque abrieron una fecha más, mi panorama seguía siendo sombrío. Llamé a todos los programas de radio para conseguir un boleto, vendí unos peluches de mi hermana —A súper escondidas, oooooooobviamente—. Rasqué mis ahorros y no hubo suerte. Yo platicaba mi tragedia a mis compañeros y valedoras de la escuela, y muchos sabían de mis ganas genuinas de ir a ver a esa banda, entonces, cuando ya estaba todo perdido y faltando unas horas para el concierto, una amiga de la escuela me habló por teléfono y me dio una noticia que hizo que el corazón casi se saliera de mí, me estaba vendiendo un boleto cuyo dueño original no podría usar, y me lo dejaba en abonos de dos pagos, pero debía decir en ese instante si aceptaba o no. Solo pensé por un milisegundo en todo lo que debía resolver antes de aceptar, pero no le di mucha importancia y acepté, ya veré cómo consigo el permiso de mis papás.
Y es aquí donde hoy entiendo mucho a mi jefita, o sea, el contexto real es que, por mucha emoción que tuviera y ganas y todo eso que es muy válido, nunca había ido a un concierto de nada, la neta lo más cercano a eso fue el ver una estudiantina y un mariachi en la boda de unos tíos, bueno, ni puta idea de dónde estaba el Palacio de los Deportes, pero lo más cabrón era pensar en el regreso, insisto, no tenía idea de nada, solo es que todo se me hacía muy fácil por la emoción de estar tan cerca de lograr ir al concierto. Obvio que todo lo anterior y más fueron las dudas encabronadas de mi cantinera, pero todas las sorteé con suerte, unas respuestas las evadí y otras las inventé, sobre todo cuando preguntó por cómo me iba a regresar, dije que me quedaría en casa de la amiga que me consiguió el boleto, me recalcó ¿Estás seguro? y con unos huevotes, pos le dije que sí. La realidad es que solo pensaba «Ya veré cómo putas le hago, o sea, ni siquiera sabía ni cómo llegar al lugar del concierto, así que una batalla a la vez, lo primero era ir por los boletos, ya después Dios dirá... » Y Dios nunca dijo, mi mamá se quedó más o menos tranquila, o eso creo, yo me fui a mi concierto y estuvo poca madre y ahora que lo pienso bien, qué chingón haber ido a un concierto solo. —Con el pasar de los años he ido a más conciertos, obras de teatro o al cine, y ahora recién a un festival de música solo, y qué lindo es en comparación de ir acompañado o en bola, porque nunca falta que si ya se perdió tal, que si ya se peleó la parejita, que si tu novia se emputó por esto o lo otro. Vaya, creo que es un pedo empatar gustos y pasarla bien yo por eso recomiendo la soledad—. Volviendo... No fue difícil llegar al Palacio de los Deportes, sobre todo por la ola de gorritas rojas portadas al revés al que iban al mismo destino que yo es que el vocalista así la usaba, yo estaba tan emocionado que pude colarme casi hasta adelante y aún recuerdo ese instante justo antes de sonar el primer guitarrazo y haber escuchado mis canciones favoritas y haberlas gritado, sin preocupaciones de nada, sin estar al pendiente de nadie, me sentí tan seguro y todo un experto en conciertos y cuando acabó el éxtasis de haber visto a mi grupo y después de ver la hora, supe que era momento de correr, como la cenicienta porque el metro me iba a durar hasta las doce de la noche. Corrí como nunca y no me caí afortunadamente, tuve suerte y alcancé a entrar al metro antes de que lo cerraran. Después llegué al paradero Cuatro Caminos y esa fue la primera vez que, al verme en serios problemas y al desamparo de la medianoche, sentí mi lengua seca como esponja y un sabor amargo cuando vi vacío el lugar donde habitualmente estaban los microbuses «Izcalli 1-2-3. No paro en Lechería» sentí que mi trasero me abandonaba, sí, confieso que dije chale, mi jefita tenía razón, era importante contemplar el regreso. Ya me veía entusado en un puesto por ahí esperando la luz del día o no sé qué. Recuerdo que corrí hasta el otro extremo del paradero intentando por la otra ruta de autobuses y nada, lo mismo después intenté un taxi y salía más caro que el mismo concierto, para ese instante tenía más seca la boca y más sabor amargo y de repente de la nada un microbús a baja velocidad que no sé de dónde salió pero que portaba el letrero más hermoso del mundo «IZCALLI 1-2-3. No paro en Lechería» iba lleno de gorritas rojas al revés... Me volvió el alma. El microbús, un taxi, un par de horas después y llegué sano y salvo a casa, me tiré en mi camita y la emoción de haber visto a mi grupo favorito me duró días... Bueno, con su respectiva pausa cuando mi cantinera se dio cuenta de que su borracho consentido llegó como gato parrandero entre la madrugada, un par de ¡te lo dije! y otros gritos más y después también noté cierta paz de verme de vuelta a casa completo.
Hoy sé perfectamente que para nada será lo mismo ser el borracho que ser el cantinero. Y que no se te olvide que a la vuelta también venden pan...

Si llegaste hasta aquí, deja un comentario o algo pa saber que me leíste...
 

No hay comentarios: