viernes, 1 de septiembre de 2023

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Lo recuerdas?

   Voy a trabajar, voy a chambear; voy a camellarle, vamos a perseguir la chuleta... Desde siempre he escuchado frases así por el estilo refiriéndose a lo que significa ir a ganarse el pan, las he ido guardando, no con recelo ni apuntándolas, decir eso sería muy mamón, solo las recuerdo y ya está... Las recuerdo de la gente que me ha enseñado lo que significa chambear, amar y respetar el trabajo, a hacer lo que me gusta para no tener que trabajar, mi papá es un gran ejemplo de eso, mi mamá ni se diga que hasta cruzó la frontera de ilegal para ir a trabajar; de mis hermanos, mis tíos, mis amigos, mi vinculo emocional que es una guerrera, todas estas personitas cuando hablan de su trabajo lo hacen de una manera tal que enamora, no dicen voy a trabajar, dicen voy a dar clases, voy a repartir gas, voy a pelotear unas ideas, porque son buenos en lo que hacen y les gusta y lo disfrutan, al menos eso he notado, como en todo seguro hay días grises pero no lo suficiente como para opacar el panorama general,  y eso me gusta, que al final no voy, o no vamos de malas o peor aún, odiando con cada fibra de nuestro ser lo que tenemos que hacer para ganarnos la vida.

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Lo recuerdas?

Yo fui velador, esa fue mi primer chamba cuando tenía como cinco años, me acuerdo y me emociona un chingo, era una responsabilidad muy grande cuidar una secundaria, bueno bueno, fui ayudante de velador, el mero encargado era mi papá, pero yo lo asistía, así son las pequeñas familias se tienen que apoyar siempre, porque en realidad ese trabajo era de mi mamá, por cuestiones de la vida en los periodos vacacionales la ella le tocaba hacer guardias en la escuela donde trabajaba o algo así, pero mi papá la cubría y yo no lo dejaba solo. Nuestra hora de entrada era a las 9 de la noche, mi mamita me ponía en una bolsa mi leche en una tacita de plástico con su tapita muy coqueta, un pan o un plátano o ambas porque yo siempre he sido de buen comer —A mi desde siempre, desde que me acuerdo la única comida que no me gusta es la poquita— Después de llegar a la chamba y checar nuestra hora entrada yo cenaba en lo que mi papá me hacía un tendido en el laboratorio de la escuela, yo creo que decidió que fuera ahí porque ante una emergencia, por si alguien se metía o lo que fuera, ese era el lugar más seguro, y ya después de cenadito con mi pancita llena pos daba sueño y buscaba el lugar menos duro y me dormía, pero mi papá vaya que hacía bien su rol de velador, porque de vez en vez lo buscaba y él se iba a dar el rondín entre la madrugada y lo hacía dos o tres veces... A la mañana siguiente... al día siguiente pues, lo mio solo era descansar porque trabajar de noche es muy pesado.

Pero ahora que he ido destapando los recuerdos de mis trabajos que pude conseguir, me llegaron de golpe muchas otras ocupaciones de las que obtuve muchas ganancias, ganancias de vida, cosas que no se pueden comprar con varo, gané mucho, en amigos, en maestros de vida y sí, también gané mis pesitos que me permitieron ciertos gustitos y otras cositas más...

Como cuando tenía 10 u 11 años, para ese entonces ya había dejado muy atrás mis prácticas como velador, ahora me dedicaba a hacer mandados a los vecinos a cambio de unas propinas, siempre tuve buenas ganancias de eso, con sus excepciones muy decepcionantes, de una vecina en particular, se dice y no pasa nada, pero  entonces encontré mi primer chamba formal y todo, y digo que fue formal porque eso fue, un trato de caballeros con un buen vecino, el ingeniero Porfirio que en «pants descanse», que siempre me trató de poca madre. Su esposa tenía una tienda de abarrotes por eso los conocía tan bien, yo ahí compraba que si el quesito blanco, que si los huevitos, que si el cloro, que si las galletas marías; y un detalle muy coqueto es que ellos tenían una hija, la Andrea, y mi mamá juraba que me iba a casar con ella, y no solo lo pensaba eh, la doña Ceci lo decía así sin filtros, obviamente eso nunca pasó, y no por mi, pero esa es otra historia. Mi trabajo consistía en podar el pasto, lavar los autos y ayudar en su taller, pero antes, antes de comenzar los deberes, siempre me recibía para desayunar, y comíamos chido para agarrar fuerza y darle duro a la chamba, cabe aclarar que yo nunca había, ni lavado autos, ni cortado el pasto; ni muchas otras cosas más, entonces pues me asignó con su sobrino y su hijo y ellos me enseñaron, de todo, desde cero, uno cree que sabe hasta que se da cuenta que no sabe ni madres, bueno, hasta intenté aprender a soldar, vaya, todo fue muy emocionante, el inge se dedicaba a automatizar procesos industriales, fue una gran época, aproveché unas vacaciones de verano para ir y pedirle chance de trabajar y así tener mis propios pesos para comprarme mi tele y mis galletas marías para mi solito, y para ahorrar para irme de vacaciones con mi abuela y para no sé que más, uno a esa edad solo quiere dinerito.

En fin, así pasaron algunos veranos y de vez en vez otros trabajos por ahí, fui dependiente en una papelería que era de una amiga de mi madre, insisto, uno cree que sabe y hasta que la vida te grita que no sabes ni madres, cuando tienes que sacar copias de una identificación por ambos lados al 150% y buscar una monografía de la drogadicción, y medio metro de chaquira del número 3, pero dorada. Esa chambita no era pesada para nada, tenía su encanto, había una chica que iba a comprar... Nada o paquetitos de estampas de Goku solo para platicar conmigo. ahí el tiempo se pasaba en chinga, entraba a las 2 y cerraba a las 8, y no se sentía.

También trabajé en una recicladora de plásticos, ese si fue un trabajo, una chinga, una tortura, no sé cómo se me ocurrió, el anuncio decía que se solicitaba ayudante general, estaba frente a mi calle,  cruzando la avenida, había prestaciones de ley y era medio tiempo, yo solo recuerdo que necesitaba juntar dinero para el catorce de febrero, —Odiaba deberle favores a mi hermana a cambio de algún peluche, o peor aún, ya no quería robárselos para quedar bien con alguna o algunas niñas— Y pues fui, y me quedé y duré una semana, por poco y me quedo sin rabadilla. El primer día me toco descargar un camión con material de reciclado envuelto en pacas más grandes que yo, pesadas y muy voluminosas, un tipo las dejaba caer en mi lomo y a darle, tenía que cruzar un pasillo hasta la bodega y ahí iba tambaleándome, rebotando en cada pared hasta llegar. Esa noche me dió hasta calentura cuando por fin me pude escurrir en mi camita al terminar el turno, todo para poder comprar por un peluche y unos chocolates para la Nancy, eso fue el primer día y me tocó la mala suerte de que hubiera llegado el camión justo ese maldito día a esa hora, ese cargamento solo iba una vez a la semana. Al día siguiente regresé por orgullo para poder cobrar los cinco días, pero odiando cada fibra de mi ser. Me quemé con la maquina que convertía los retazos de fibras plásticas en una especie de palomitas de maíz, era una olla enoooooorme que se calentaba y giraba muy cabrón mientras le agregaban unos chorros de agua, yo solo tenía que arrimar una bolsa y cuando el operador volteaba la cazuela esa, debía estar atento y cachar las bolitas calientes y empaquetarlas y sellar la bolsa y cargarla y estibarla de una manera específica y hacerlo rápido sino eso se hacía un desmadre. Esa era mi responsabilidad, el operador de la máquina siempre fue muy amable, una chulada de tipo, mientras yo solo quería comprar unos regalos, él dormía ahí para doblar turno y poder mantener a su esposa y a sus gemelas y uno que 
venía en camino. 

De los trabajos más extraños que tuve, un mes fui aplicador de vacunas, o al menos eso decía mi contrato, eso si fue lo más raro que he hecho, nunca aprendí a poner ni gotas siquiera, solo hacía visitas a casas en el cerro y a medias porque terminé correteado por perros e ignorado por gente muy grosera y desconfiada, la paga era horrible y los compañeros de brigada, pues ni mal ni bien, eso sí, nunca falté y le puse todas las ganas. Para otra ocasión fui mesero y creo que ese ha sido el trabajo más irresponsable que he tenido, me alquilé por una noche para servir en una cena, pero no cualquier cena, era la última cena del milenio, así que para el último día de 1999 yo estaba en un hotel de esos que terminan en INN muy lejos de casa y tratando de cachar todas las instrucciones que mi primo me había dado, que si el encendedor va por aquí, que si el cenicero se retira cubriéndolo con otro y con cuidado por la izquierda,  que si hay que descorchar un vino mejor me buscas porque no creo que puedas, y bla bla bla, cosas que no entendí muy bien y que al final me pusieron muy nervioso. Yo fui a esa chamba ilusionado por las maravillas que me dijo mi pariente,   que si las propinas eran jugosas y me iba a llevar mucho varo, y la noche la iban a pagar al doble y que daban de comer y un buen de cosas más, al final, la neta y aquí entre nos, yo acepté porque sentía que si trabajaba esa noche donde habitualmente todo mundo esta de fiesta pues iba a estar chingón, como una especie de ofrenda, como un ritual para que nunca me hiciera falta trabajo, que mejor manera de recibir el año ¡El siglo! ¡El milenio! que trabajando. Oooooobviamente que no pasó eso de ganar un chingo de varo, la realidad es que de mala gana me pagaron la noche y de suerte y por no decir de lástima conseguí cien pesos de propina, y no me quejo, la verdad es que ser mesero es una chamba que no cualquiera, mis respetos al oficio, estoy seguro que esa fue la última vez que he trabajado, así trabajado, lo que se dice trabajado, como lo que creo que es chingarle, porque no atendí a mis comensales con una sonrisa, no fui rápido ni hábil, le sufrí y me costó mucho terminar el servicio, me costó mucho trabajo librar la presión y los nervios, yo solo espero que mi idea de haber comenzado un nuevo milenio chingándole, a manera de ritual de ofrenda, pues me funcione siempre.

Después vino lo que creo fue mi mejor aventura laboral, la que me enseñó que la vida es como es, no como uno quisiera y desearía que fuera. Lo recuerdo así: resulta que una madrugada desperté abrúptamente por los gritos de mi jefita, algo decía con palabras dulces de que se me hacía tarde y que me había dormido y que no iba a llegar a clase y todas las bendiciones que puede decir una madre cuando está enojada, pues bien, en chinga me alisté para salir volando y entre que me secaba el cuerpo y me ponía mi cremita nivea y exprimía un limón para peinarme, mi mamá le prendió a su «radito», y ahí estaba, un anuncio del INEGI, solicitaban encuestadores para el censo del año 2000, se escuchaba re bien, un trabajo temporal para jóvenes que estuvieran estudiando, ideal para las vacaciones que se aproximaban,  que con sus prestaciones, que con su seguro especial, que si la capacitación pagada y vaya, algo muy encantador. Me grabé el teléfono, medio desayuné y salí corriendo a la parada del camión rogando no perderlo, y ahí estaba yo, en la calle, esperando y esperando y esperando y nada, ni un alma, ni la gente que habitualmente coincidía conmigo, resulta que yo había desconfiado de mi reloj biológico para confiar en mi mamá, siendo que la neta mi reloj nunca me ha fallado, —Ni mi madre, hasta esa madrugada.— A mi nunca me habían tenido que despertar para ir a la escuela, nunca, resulta que la señora se le «cuatrapeo» o se le quedó pegado el flotador y me despertó a patadas casi dos horas antes de lo habitual, lo supe cuando un cristiano se paró junto a mi y me dijo la hora.  En fin, tal vez de no haber pasado por esa pena de estar a media madrugada en la calle, no habría sabido a tiempo del trabajo en el INEGI, llamé y llevé mis papeles justo a tiempo y digamos que fui de los últimos que contrataron. Y tal cual lo ofertado, así pasó, mi capacitación en tiempo y forma, un buen trato siempre, la paga a tiempo y por medio de una tarjeta de débito del banco BITAL, eso fue una chulada, yo estaba que no me la creía —A veces iba al cajero automático solo por la satisfacción de meter la tarjeta y ver mi saldo y sonreir y sentirme importante, único y especial— Pues bien, lo logré y yo fui encuestador para el censo de población y vivienda del año 2000, me asignaron ir a Santa Bárbara de los Aguaros, en las afueras del municipio de Cuautitlán Izcalli y hasta ese entonces no sabía que existía ese poblado, una zona catalogada como rural casi como mi Huilango, me asignaron la manzana 65, me dieron mi morralito, una gorra, un chaleco, mi identificación, un croquis y a darle, casa por casa a patita hasta visitar todas pero tooooooooodas, toditas las casas de mi listado.  Vi de todo, fui testigo de lo sublime y lo injusto que puede ser la vida —Desde luego que con los ojos de mi poca experiencia y mi contexto hasta ese entonces.— Me tocó visitar viviendas humildes y pequeñas con 12 o 15 personas que me invitaban de comer, o me ofrecían agua. También visité casotas enormes habitadas solo por 2 o 3 almas que con mucho trabajo y desconfianza me respondían el cuestionario, también conocí gente que platicaba mucho, muy amables que parecía que el encuestado era yo y no al revés, me corretearon unos perritos, tuve que visitar y visitar muchas veces varias direcciones que nunca me atendieron, pero al final sin temor a equivocarme toda esa experiencia me hizo un poco más sensible y empático y mucho menos ignorante de la realidad de mi país. Sé que con gusto lo volvería a hacer sin duda alguna.
Esta vez con mi sueldo no quería peluches, ni chocolates para regalar, con mi primer depósito compré un par de pizzas, nunca en mi vida las había comido, pero se me antojaban muchísimo no sabía cómo eran en realidad, solo recuerdo que quería llevarlas a casa y compartirlas con mis hermanos, y eso hice, y hoy se los puedo jurar que han sido las peores pizzas todas mal hechas casi quemadas, pero ¡qué momento!  ¡qué satisfacción!  pasar esa tarde con mi familia, y como uno no extraña lo que no conoce pues esa tarde nos supieron poca madre. 

Después trabajé un tempito con mi tía Vicky en su negocio de material de papelería, ahí aprendí a hacer cuentas, aprendí a moverme por la ciudad; aprendí a vender de la mano de su colaborador el buen Oscar, un tipazo que me enseñó a conducir de la manera más amable y con un chingo de paciencia, ese cabrón me dio la confianza esa primera vez que entré y salí del periférico en la troca del negocio, me exigió que nunca tocara el claxon como estúpido subnormal, que aprendiera a ceder el paso, sobre todo a los peatones, esa chamba fue increíble, emocionante,  de calle, el Oscarín se sabía los mejores lugares para comer, y mi tía siempre me dio la confianza y me trató chido, sí que fue un gran encargo. 

En fin... Después de ese trabajo me enfoqué más a mis estudios de universidad, hice algunas practicas en un canal de TV, entre muchas cositas por el estilo y si  me doy cuenta que ha sido muy satisfactorio ver que mi profesión me ha dado de todo y por eso es que yo no siento que sea un trabajo, me siento muy afortunado de ser lo que soy, yo no trabajo yo hago diseño y comunicación gráfica, y me divierto mucho con eso, que si la toma fotográfica, que si los comerciales, que si los anuncios de revistas; recuerdo cuando empecé siendo solo ayudante de ayudante y que ganaba menos que el salario mínimo, pero mi ganancia real fue en experiencia lograda cada día y era emocionante diseñar anuncios luminosos, lo aproveché al máximo y fui muy paciente, pero también casi me rajo por la presión de no tener un buen sueldo y si ya tener responsabilidades, por poquito y termino siendo ejecutivo agrario del gobierno del Estado de México, pero afortunadamente y casi al mismo tiempo de esa rara oferta, llegó mi oportunidad de tener un contrato mejor, como diseñador y nunca más tuve que trabajar, al contrario, ha sido increíble, un tiempo pude ver los diseños de las promociones de los tapipesos en la tiendita de la esquina, de cuando diseñé para una marca de resfrescos grandota, o mis anuncios en las publivallas del metro o mis espectaculares en el periférico con el parque de diversiones, los comerciales en la tele y en el cine, el hecho de que muchos años la Valentina fue modelo de hartos proyectos impresos y digitales.
Me gusta lo que hago, me gusta y lo disfruto mucho, y si, si hay días y también temporadas muy difíciles donde todo es urgente pero cuando eso pasa yo solo digo «Ya se me juntó la lavada con la planchada y se me acaba de caer el pinche tendedero» y se continua con los pendientes.

Si llegaste hasta este párrafo sin aburrirte solo quiero cerrar diciendo que espero haber logrado transmitir mi idea de una manera clara, sé que de repente casi siempre divago mucho y me da por ampliar y ampliar la historia, sin embargo creo que el resultado termina por convencer o por agradar, si te pasó déjame un «Laik» o una mentada, todo sirve para mejorar mis historias.







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