sábado, 24 de mayo de 2025

¿Has hablado contigo de la muerte?

"Tampoco jugaré a ser una persona feliz, porque lo soy a ratos perdidos. Pero a veces, caminando por la calle, siento una racha de felicidad, y trato de no indagar la razón; porque si lo hago, comprobaré con harta facilidad que me sobran motivos de desventura. Mejor es aceptar con humildad, esos dones secretos".


~ Jorge Luis Borges


Qué difícil e incongruente fue leer y escuchar “que descanse en paz”. Simplemente no tiene sentido. Estoy seguro de que él aún no se cansaba, ni tiempo le dio de eso; tenía una pila interminable, transmitía buena vibra y era muy respetuoso. Me gusta que mis sobrinos me llamen por mi nombre, y con él nunca logré que me dejara de decir “tío”. Es de casa eso. Sus hermanitas tampoco cedieron a mi petición. Soy su tío...

Ahí, en el cementerio donde están nuestros muertos, donde no estará sin compañía, solo le dije: “ve en paz”. Me gusta pensar que toda esa energía, esa juventud y disponibilidad eran requeridas en el más allá. ¿Quién no querría la ayuda de un tipazo como él?
Nunca se lo dije, pero él tenía un lugar en mi corazón un poquito más especial que todos mis sobrinos. El vato había estudiado lo mismo que yo, hablábamos de lo mismo y nos entendimos en un mismo lenguaje: el de los monitos y los diseños. Y tenía un chingo de talento. Ganó un concurso de diseño para unos encendedores y me sentí orgulloso de presumirlo. Nunca le dije que, aunque fuera por poquito, él era mi sobrino más favorito... pero estoy seguro de que ya lo sabe.

¿Has hablado contigo de la muerte? ¿Le temes? ¿Qué piensas que habrá después de desuscribirse de esta plataforma de series y películas llamada “vida”?

Yo sí lo he hecho. No es que me quiera desuscribir, pues me gusta pensar que aún le faltan temporadas a mi bioserie, pero eso no depende de nadie que conozca como para pedir una extensión de contrato o algo parecido. Simplemente sé que pasará y ya...
Tengo temores al respecto. No me gustan los cementerios. No quisiera uno para mí. Quisiera que mis órganos fueran vida de nuevo. Después, abrazar el fuego y ser para el viento y para el mar. Quisiera ser semilla y sombra de un árbol. Sé que no es su responsabilidad, pero ya se lo platiqué a quienes seguro sabrán qué hacer y que no hacer cuando se cancele mi serie.

Una vez escuché que a la muerte hay que invitarle un café de vez en cuando. Ya no le temo como antes, cuando no creía en un ser superior, creador de todo lo que se ve y de lo que no se ve. Mientras más me alejé de esa posibilidad, buscando respuestas lógicas, más me di cuenta de la perfección de la vida… y que no puede ser obra de una simple casualidad. Es más una obra maestra de un poderoso diseñador. Es una causalidad.

Puede parecer que hay una falla en ese diseño. ¿Cómo puede ser que algo sea tan fuerte y tan frágil al mismo tiempo? Y tampoco puedo explicarlo o entenderlo, pero así es de maravillosa la vida: frágil como una preciosa figura de cristal, y al mismo tiempo aferrada y poderosa como un acorazado inundible...

Sigo creyendo, con más fuerza, que la vida ni se crea ni se destruye: solo se transforma. Un día el universo colapsará de tanto expandirse y volverá a comenzar de nuevo, y entonces nuestras partículas serán libres, etéreas. Estoy seguro de que se agruparán en alguna estrella masiva, enorme y brillante, como tal vez siempre lo fuimos.

Mientras pasa, deseo que trasciendas en paz, mi Chris. Ve en paz...






jueves, 15 de mayo de 2025

El mejor maestro.

Es muy común encontrarse —o saber— de familias en las que la mayoría de sus integrantes comparten una misma profesión. A veces por costumbre, otras por admiración, incluso por casualidad… pero muchas tantas porque así toca, y ya.

Así como hay familias de abogados o médicos, a mí me tocó una familia de profesores. Excelentes profesores: tíos, tías, mi hermana y mi papá, que dicho sea de paso, aparte de ser mi maestro de vida, fue mi maestro de matemáticas en la secundaria. De hecho, lo poco que aprendí de números se lo debo a él.

Tengo muchas historias de mi padre siendo mi maestro —esa dualidad fue muy extraña—. Me llevaría un buen rato escribirlas, pues fueron dos ciclos en los que me dio clases. Puedo decir que recibí miles de propuestas de algunos de sus alumnos para cambiar calificaciones finales, o para que intentara persuadirlo de no reprobarlos. Todo esto a cambio de dinero. Jamás lo hice. Eso era suicidio. Mi papá tenía todo en la mente: podía perder sus listas y no pasaba nada.

De lo más destacable que recuerdo fue un día en que llegué tarde a su clase. Pero también… ¿a quién se le ocurre poner matemáticas después del descanso? Me atreví a llegar tarde porque me confié. Nunca creí que me negaría el acceso. Es mi papá, pensé. Por diez minutos no pasa nada.

Solo que estaba omitiendo una pequeña aclaración que él hizo al respecto el primer día de clases. Recuerdo que —palabras más, palabras menos— dijo:
“Como algunos de ustedes saben, en esta clase está mi hijo. Pues bien, este hecho no cambia en absoluto mi comportamiento: él es y será un alumno más. No hay privilegios ni consideraciones especiales.”

Entonces, esa mañana llegué bien fresco a la clase, me pasé como si nada y solo escuché un fuerte:
—¿A dónde?

Me puse nervioso. Me sentí observado. Y sí… todos mis compañeros habían volcado sus miradas hacia mí. Solo pude ver que me señalaba su reloj, y entendí perfecto que no podía entrar.

Al final, no pasó de que me negara el acceso a su clase, que me pusiera tarea extra en casa —obvio, de más matemáticas— y que mi madre me regañara.

¡Felicidades a mi papá! Por mucho, el mejor profesor que he tenido.

Por cierto, que puntería tuvo mi madre que un día como hoy pero hace ya varios años, varios, le dio como regalo el nacimiento de mi hermano, feliz cumpleaños carnalito...

Y felicidades a ti hermanita hermosa, que has decidido seguir sus pasos, yo aún tengo esa espinita, y quién sabe… Tal vez algún día me atreva a hacerlo.