viernes, 5 de julio de 2024

Zapatito blanco zapatito azul...

 "Zapatito blanco, zapatito azul"... "Un avión japonés, ¿dime cuántas balas tira al mes?"
Así, con esas pegajosas e incoherentes cancioncitas, se decidía cómo se iba a participar en algún juego infantil: que si a "las trais"; que si a las escondidillas, el fut y otros más. De vez en vez, era esperar a que alguien se apiadara y te eligiera para pertenecer a un bando u otro, pero casi siempre mi suerte era quedar al último para ser elegido y pasar a ser "de chocolate", que fue mi destino siempre. Ser de chocolate era la manera más amable de decirme torpe, poco hábil o menso, pa pronto. Para bien o para mal, lo que lograra en el juego que fuera no tenía una chingada de validez. En fin, era aceptar eso o quedarme sentado viendo cómo todos se divertían.

Uno se acostumbra al rechazo, se normaliza, y la autocompasión a veces es destructiva, eso es lo malo porque tardé mucho en aceptar que no tenía habilidades y que no fue culpa de nadie, ni mía. Simplemente, pues, qué gacho que por mis acciones los equipos donde el destino me puso hubieran sido atrapados, descubiertos o goleados. Por eso, pido un perdón sincero desde estas líneas.

En fin, la vida siguió y una vez que desbloqueé el nivel infancia y caí al siguiente, la cosa no mejoró mucho que digamos. Ya no eran canciones bobas, ahora era más directo, pero en este punto ya me había resignado a que nunca iba a meter un gol y dejé ir para siempre los deportes y las actividades físicas, las que implicaban un acto voluntario, porque hubo otras que eran obligatorias y esas pues ni cómo. Lo malo de mi nuevo nivel es que se llama adolescencia, y si de por sí ya era poquito agraciado, creo que a esa edad me creció primero la cabeza que el cuerpo, la voz se hizo rara y, chale, con los granitos en la cara. Creía que era el final de todo, y todo apenas comenzaba, sin saberlo era el tiempo de los quince años de la mayoría de mis compañeras —Y nadie me dio ese spoiler—. Era muy común que se hicieran fiestas chidas y elegantes y que bailaran un vals y una "quebradita" o montaran la coreografía de un tango con estrellón de botella y toda la cosa... Obviamente esta vez no me iban a elegir a mí con un "zapatito blanco bla bla bla" por todo lo que dije. O sea, yo lo sabía, pero en el fondito, muy en el fondito de mi ser, y aún sabiendo que tenía la gracia de una servilleta de papel al aire para bailar, pues sí hubiera estado chido que Vanessita o Chayito, o Lorenita me hubieran elegido. Bueno, tal era mi tragedia que, aún cuando tenía una novia, ni ella me eligió. Se acostumbraba que el novio fuera chambelán —Que es como se les conocía a los acompañantes de la quinceañera—. Eso a súper escondidas del papá de la cumpleañera, obviamente. Todas, y cuando digo todas, es tooooooodas mis amigas y conocidas hicieron chambelán al novio en turno, pero la mía prefirió cortar con nuestra hermosa relación antes de otra cosa.

Resultó que la vida y el destino me hicieron chambelán de mi hermana. No sé si fue petición genuina de ella o mi madre la presionó de alguna manera para pedirme que lo fuera. Sospecho que la chantajearon con no alquilar el carruaje calabaza tirada por un auto antiguo, si no me pedía bailar en sus quince años. Como fuera, para ese entonces, iniciando el año 2000, con toda la vergüenza anticipada y el miedo al ridículo, le puse todas las ganas y, aunque me costó, lo logré de la mejor manera posible. Gracias a Dios no había historias de Instagram ni transmisión en vivo del Face, porque si no, mis tías y mi mamá nos hubieran perpetuado. Solo hubo una grabación en VHS, peeeeeeero, sepa dónde quedó solo hay una que otra foto por ahí.




Con el tiempo aprendí a aceptarme, a controlar mis inseguridades y a medio bailar. Sigo teniendo la gracia de una servilleta, y aún cuando todos los ritmos los bailo igual, por lo menos ya no doy pisotones y le pongo muchas ganas. Divertido es, y como no es para concurso, pues hasta hoy no ha habido queja, todo lo contrario.